domingo, 21 de septiembre de 2008

Tailandia (1): Bangkok, Phuket y Koh Phi Phi

Viajamos desde Luang Prabang (Laos) a Bangkok, solos, por habernos separado de Pablo, Jacobo y Xavi por unos días ya que ellos ya habían visto Bangkok semanas atrás. Al no haber un autobus o tren directo desde Luang Prabang hasta Bangkok (¡en Laos no existe el tren!) tuvimos que dividir el trayecto en dos tramos.
En el primero, cogimos un autobus paupérrimo hasta Vientiane, capital de Laos. Como de costumbre, las doce horas de autobus a una temperatura tropical hicieron el viaje un poco duro. Y cuando a la temperatura se le suma que los asientos están diseñados para liliputienses de metro treinta, el viaje termina siendo un tanto infernal. De hecho, debido a que tuvimos que dormir con las piernas en alto porque no nos cabian entre asiento y asiento, estuvimos un dia y medio con los pies hinchados como globos. Pero bueno, ya no va a venir de doce horas malas de autobús. En peores plazas hemos toreado.
Llegados a Vientiane, tuvimos que esperar desde las 6 de la mañana hasta las 5 de la tarde, hora a la que salía nuestro tren destino Bangkok. La mejor opción para disfrutar de la espera fué una panaderia, básicamente por ser de los pocos establecimientos abiertos a esas horas intempestivas. Total, que nos pasamos de 6 de la mañana a 4 de la tarde sentados (cuando no tumbados) durmiendo en una panaderia-cafeteria en la que consumimos poco más que dos croissants. Había que ver las caras de los camareros...no tenían desperdicio. Después del feo de la panadería, cogemos el tren cama hacia Bangkok, sin mayores indicencias y acompañados de un pescador australiano reconvertido a monje budista. Viajar en tren, y más en tren cama, es un placer.
Llegamos a Bangkok. ¿Que decir de Bangkok? Quién haya estado estará de acuerdo en que es una ciudad de descripción dificil. Gente de todas partes, millones de travestis, otras tantas prostitutas, templos mezclados con edificios futuristas, paneles electronicos de mil colores y muchos, muchos, mochileros. Una mezcla curiosa y bastante explosiva.
Después de compartir taxi desde la estación de tren hasta Khao San Road, epicentro del movimiento mochilero (comunidad con la que cada vez estamos más integrados) con un parado italiano reconvertido a agente de importación/exportación, buscamos hostal y lo encontramos. Tan o más barato que en Laos, por cierto. Ya instalados, nos pasamos el primer dia metidos en una oficina de Japan Airlines debido a que tuvimos un pequeño problema con los billetes de avión. Todo solucionado con eficacia nipona. Billetes aparte, dedicamos nuestra estancia en Bangkok al turismo estándar: visita (exterior) a los templos más sonados, recorrido por los interminables mercados de China Town, y tal y tal. También le dedicamos nuestro tiempecillo a preparar un regalo de cumpleaños para la hermana de Barbe (Nati: ¡¡no nos dirás que no es original!!), lo cual no fué tarea fácil. Y aparte de turismo y regalos, el hecho de estar otra vez los dos solos nos sirvió para intentar retomar algunas actividades que un dia fueron parte de nuestra rutina pero que teniamos un poco en espera como pueden ser el salir a correr o escribir este mismo blog.
Al tercer dia en Bangkok nos reencontramos con Pablo, Xavi y Jacobo, que llegaron en autobús desde Pai, al norte de Tailandia. Una vez reunidos, fuimos a ver el espectáculo más dantesco pero más renombrado de Bangkok: El Ping Pong show. El show consiste en algo tan inverosímil como mujeres que lanzan pelotas de ping pong y otros objetos, tales como dardos, con sus partes más íntimas. Mientras algunos de los hombres que estén leyendo estas lineas estarán pensando "ostras, voy a mirar las fotos a ver si sacaron a alguna titi en pelotas...", la mayoría de mujeres estarán pensando que somos unos degenerados. A ver, es verdad que el espectáculo resultó ser más asqueroso que otra cosa (sobretodo teniendo en cuenta que las mujeres que resultan tener estas habilidades sobrenaturales son curiosamente las que están de peor ver), pero también es cierto que el Ping Pong show es, si no la número uno, una de las mayores atracciones turísticas de Bangkok y, de hecho, habían más mujeres que hombres viendo el espectáculo. Que levante la mano el que haya estado en Bangkok y no haya ido al Ping Pong. ¿Lo véis? Nadie.
Ah, en Bangkok también recibimos la noticia de la boda del 2009. ¡Felicidades Cinto y Marina!
Dejamos Bangkok rumbo a las islas del oeste de Tailandia. Sorpresa: ¡en avión! Más sorpresas: ¡huelga de aeropuertos justo el dia en que salimos! Tal como lo suena. Justo el dia en que nos estiramos un poco y nos decidimos a pagar un poquito más por un desplazamiento rápido y algo más cómodo, acabamos con el vuelo retrasado indefinidamente por huelga de los trabajadores tailandeses. La espera fué algo dura, especialmente para Pablo, que no se encontraba bien e incluso tenía algo de fiebre. Tras nueve horas de espera y de acaloradas discusiones futbolísticas (Barbe y Pablo son del Espanyol, Xavi y Prada del Barça, y Jacobo del Madrid...cóctel molotov), nos informan de que nuestro vuelo al menos saldrá el mismo dia en que estaba previsto, si bien más de diez horas tarde. Podría haber sido peor. Una vez en el avión, más problemas. Pablo empieza a tener tanta fiebre que le dan unos tembleques que nos dejan perplejos. En cuanto aterrizamos en Phuket y nos instalamos, llegan los vómitos de Pablo y rápidamente llamamos a un médico para asegurarnos de que se trata sólamente de una gripe y no malaria o denge, enfermedades que no son difíciles de contraer en Camboya o Laos. Efectivamente, el médico (que, por cierto, era más chamán que médico) nos asegura de que se trata sólamente de una gripe intestinal y nos quedamos tranquilos.
Al dia siguiente, el virus se cobra su segunda víctima: Xavi. Ya eran dos los que tenían fiebre alta, vómitos, y unos tembleques que ninguno de nosotros habiamos visto antes. Además, Pablo no podía comer porque todo lo que comía lo devolvia. Así que llamamos otra vez al medico y éste los ingresó en un hospital. Aterrizábamos en las islas con el pie izquierdo.
Mientras los dos convalecientes "agonizaban" en el hospital, el resto (Barbe, Jacobo y Prada) nos fuimos a conocer Phuket. De dia y de noche. De dia, la isla no es mucho más bonito que Playa de Aro. A pesar de su fama y supuesta reputación, Phuket no resultó ser ni por asomo la isla paradisíaca que podiamos esperarnos. Muy al contrario, nos encontramos con una playa más bien mediterránea y un paseo marítimo plagado de Burger Kings, McDonalds y centros de masaje. Lo dicho, Playa de Aro.
De noche, Phuket se vuelve más único y uno empieza a entender de donde le viene la fama. Alrededor de miedian noche, los garitos nocturnos empiezan a subir el volumen de su musica y con ello el ambiente se revuelve y los locales se abarrotan. Es entonces cuando saltan a escena las grandes protagonistas de la noche en Phuket: las prostitutas. Al entrar en cualquier local el espectaculo es dantesco. Docenas de prostitutas asediando a cualquier occidental que deje ver el más mínimo resquicio de vulnerabilidad en su cara. Cuanto más mayor, más fácil es el blanco para ellas. Como os decíamos, un espectáculo horrible. Eso es Phuket, un oasis de compañía para todo aquél que se sienta sólo. Y es que eso es justamente lo que se vende en Phuket: No sexo, sino compañía. Por las calles se pasean, ya por la mañana, señores de cincuenta en adelante con señoritas tailandesas de veinticinco. Se las llevan a comer, a la playa, a cenar, y ellas encantadas. Y ellos aún más. Hasta se cogen de la mano. Los hay que parecen enamorados, y no es broma. Y así, dos, tres, siete días y los que hagan falta. Más que prostitutas son parejas de alquiler. Las más espabiladas, convencerán a sus "amados" para que se queden a vivir con ellas en Tailandia (ellos pican más de lo que pensáis) y así vivir mantenidas de por vida. Y todos contentos.
Pero bueno, dejemos la prostitución y volvamos a los enfermos. Tras dos dias de convalecencia y unos varios litros de suero corriendo por sus venas, Pablo y Xavi finalmente salieron del hospital recuperados. Bueno, Pablo pareció salir recuperado a medias, aunque más tarde se tomó una doble cheese burguer con patatas y se le pasó la enfermedad de golpe.
Otra vez los cinco, y otra vez en movimiento a pesar de las inundaciones que asediaron Phuket. Siguiente destino, Koh Phi Phi: isla minúscula, meca mundial del submarinismo y escenario en el que se rodó La Playa (la de Di Caprio), así que paraje sin igual de playas paradisíacas. Hasta, nos dijeron, pueden verse tiburones.
Y en este párrafo es cuando explicamos lo bien que hemos buceado, las playas increíbles en las que nos hemos bañado, y que hasta hemos visto a Leonardo Di Caprio. Pues no. ¿Por qué? Por dos cosas. Una, el tiempo. Tiempo terrible durante toda nuestra estancia en Phi Phi. Lluvia y más lluvia, e incluso un pelo de fresco (para entendernos, frío tampoco, unos veinte grados, que ya son diez menos que la temperatura media que hemos tenido durante los tres primeros meses de viaje).
La segunda razón, los virus. Como era previsible, el virus gripal que primero acogieron Pablo y Xavi pasó a cada uno de los que en su dia estuvimos sanos. Primero Barbe con un constipado de tres pares de narices combinado con la segunda otitis de la temporada. Luego Prada con una sintomatología que no cabe describir aquí. Simplemente diremos que no se pudo separar del lavabo en dos días. Y por último cayó Jacobo, con un poco de todo. Además de los virus, tambien sufrimos el ataque de las cucarachas, las cuales atacaban nuestras mochilas en grupos de cinco. Muy bestia, ya veréis las fotos.
Así que poco pudimos disfrutar de la famosa Phi Phi y por tanto poco tenemos que contar. La verdad es que la isla parecía increible, y lo poco de playa que pudimos ver (básicamente desde el ferry en que llegamos) era espectacular. Bueno, que sirva como excusa para volver algún dia.
A pesar de las incidencias en Phi Phi, lo peor de la estancia fue que Pablo decidió marcharse de vuelta a Barcelona, antes de lo previsto, por no acabar de encontrarse bien y por tener que resolver algunos affaires universitarios. Pavel, te echamos y te seguiremos echando de menos.
Ásí que ya sólo quedamos cuatro.
En Phi Phi acabó nuestro recorrido por las islas del oeste de Tailandia. Desde allí dimos el salto a las del este: Koh Phangan y Koh Tao. ¿Qué que tal? Os lo explicamos en la próxima entrada.

Un abrazo,

Barbe y Prada

domingo, 7 de septiembre de 2008

Laos, el gran desconocido

Prácticamente desconocido para la mayoria de los mortales, Laos ha resultado ser el diamante en bruto del sudeste asiático y la más grande de las sorpresas que nos hemos llevado en lo que llevamos de viaje.
Atacamos Laos desde el norte de Camboya con los habituales problemas en la frontera y otras tantas incomodidades en el transporte que esta vez vamos a obviar para no repetirnos más de lo que ya venimos repitiéndonos. El primer destino una vez solventados los aspectos "geopolíticos" del cambio de país (véase también: sobornos a personal de aduanas) fue la zona de Si Phan Don, también conocida como el area de las cuatromil islas. Se trata de un conjunto de islas en el rio Mekong que forman una especie de delta bastante espectacular, especialmente en esta época del año en que la lluvia es el pan de cada día y el Mekong roza límites de capacidad. En realidad, la gran mayoria de las (presuntamente) cuatromil islas de Si Phan Don son más bien islotes y sólamente diez o doce son lo suficientemente grandes como para ser habitadas. Nosotros optamos por Don Det, a priori la más popular entre los backpackers y donde pensamos que, por tanto, encontraríamos a más gente de nuestro "rollo" y unos precios más asequibles.
La llegada hasta la propia isla fué curiosa porque, como decimos, el Mekong está a estas alturas de año casi desbordado y baja con muchísima fuerza. Y porque siete personas (recordamos: Jacobo, Pablo, Xavi, Javi, Cris y los mendas) con mochilas de 25kg cada una en una patera de dos metros de ancho con un micromotor que no parecía tener más fuerza que un cepillo de dientes eléctrico no era ni mucho menos nuestro sueño ideal de como cruzar los quinientos metros de enfuruñado Mekong que nos separaban de nuestra isla de destino. A pesar de que el naufragio nos pareció casi garantizado, estos asiáticos parecen saber lo que hacen y, aunque en varios momentos parecía que se nos llevaba la corriente, llegamos a Don Det sanos y salvos.
Ya en tierra firme, la vida en una isla de 6km de largo fué de lo más relajante. El mayor esfuerzo que hicimos fue montaros en bici para recorrer la costa en busca de los delfines que habitan en el Mekong y que dicen ser visibles (กes mentira!) a esa altura del río. Pinchazos de rueda, baños en el rio y más pinchazos fueron la tónica durante nuestra estancia en Don Det.
Aquéllos dias fueron seguramente el tiempo en que más aislados del mundo hemos estado en todo el viaje (y seguramente en nuestras vidas). Esta pequeña isla, en la que deben vivir no más cien personas (turistas a parte), no tiene corriente eléctrica y la única electricidad de la que se dispone es la producida por generadores y sólamente puede usarse durante tres horas al dia. El agua que llega hasta el lavabo no es más que el agua del río así que tuvimos que utilizar agua embotellada para lavarnos los dientes porque el agua del grifo parecía Cacaolat. Internet, por supuesto, era un bien de lujo, y los mosquitos son del tamaño de Pau Gasol. El lado positivo es que por fin hemos usado esas mosquiteras que tanto espacio ocupan en nuestras mochilas!
En cuanto a percances, sólo destacar que Xavi se pasó vomitando dos días y que fuimos testigos de la tormenta más escandalosa que hemos vivido jamás. Aparte de eso, todo bien.
Desde Don Det dimos el salto al Laos continental, pasando brevemente por Vientiane, la capital, para acabar en Vang Vieng, un poco más al norte. Esta vez, debido a que el trayecto a recorrer fué de 27 horas, decidimos coger un autobús local en lugar de las furgonetas y minibuses en las que nos desplazamos normalmente, para ahorrarnos unas perrillas y así seguir en la linea de "ahorro" que estamos intentando llevar. Es toda una experiencia porque los autobuses locales en Laos no sólo trasnportan personas, sino también todo tipo de mercancías, animales, otros vehículos, y hacen mudanzas, todo en un mismo autobús. En el pasillo de nuestro autobús habían colocados, entre otros, al menos 100kg de sacos de patatas y otros tubérculos, un sofá (es dificil de explicar como cabía un sofá en el pasillo de un autobús, pero juramos que así fué), veinte sillas de plástico, y nuestras mochilas. Además, el la vaca del autobús habían al menos diez motos y otro sofá. Estos tios saben como aprovechar los viajes.
Una vez en Vang Vieng, enseguida nos dimos cuenta de que este minúsculo pueblecito tiene algo muy particular. La calle está llena de bares y restaurantes con televisiones en las que sólo se emite Friends y llenos de australianos, italianos, ingleses, americanos, alemanes, holandeses, españoles y número exagerado de irlandeses (a lo que todavía no le hemos encontrado explicación coherente). El ambiente, lejos de ser el de un pueblecito rural en medio de la nada, es totalmente occidental, muy joven, movido, y un tanto portaventuresco. Y es que Vang Vieng es probablemente la localidad más famosa de Laos por tener una de las atracciones turísticas más populares de todo el sudeste asiático. A lo largo de unos 4km de orilla del Mekong, estos Laosianos han montado ocho o nueve bares con música a tope y con atracciones como tirolinas, trampolines, campos de futbol, etc...El tema consiste en recorrer los 4km rio abajo montado en un flotador gigante tipo donut, claro está, parando en cada uno de los bares (algo así como lo que hace Fernando Alonso al meterse en boxes) para tomarse, quien menos, un par de copas y pegar cuatro saltos al agua. El resultado: trescientas personas bajando 4km de rio en donut con una cogorza impresionante, bailando en las orillas, tirándose al río en voltereta y deslizándose por interminables tirolinas desde las 12 de la mañana hasta que el sol desaparece. Increíblemente divertido e increíblemente peligroso. Lo peor llega a la mañana siguiente cuando te levantas con un dolor de espalda matador, provocado por esa galleta monumental que te pegastes en el bar del trampolin cuando intentabas hacer ese doble mortal que sólo crees que sabes hacer cuando te has bebido media botella de Jack Danielดs...la otra pega es una resaca monumental, secuela de un dia entero de alcoholismo puro. Eso sí, como no hay nada mejor que un buen baño para combatir la resaca, todos al rio con el donut, y vuelta a empezar. Nosotros duramos dos días, pero conocimos a gente que llevaba ocho dias seguidos dándole al tema.
Dejamos Vang Vieng con cambios en el equipo. Cris y Javi pusieron punto y final a sus vacaciones y tomaron rumbo a Bangkok para desde allí coger un avión hasta nuestra añoradísima Barcelona. Javi, Cris: qué gran placer el haber podido compartir parte de este viaje con vosotros. Os echamos de menos.
Empapados de melancolía por las importantes bajas llegamos a Luang Prabang, un pequeño pueblo que resulta ser tan pintoresco que fué declarado patrimonio de la humanidad por la Unesco hace ya unos cuantos años. La verdad es que el pueblecito tiene mucho encanto. Sus calles están plagadas de templos budistas y sus monjes, siempre vestidos de naranja y protegidos del sol por un paraguas del mismo color, se dejan ver a cualquier hora del día. Al contrario de lo que parece darse en otras religiones, el budismo parece ser casi más popular entre niños que entre adultos. La mayoría de los templos de Luang Prabang tienen escuelas budistas en las que las que los crios (literalmente, hay niños de siete u ocho años que ya van vestidos de naranja) aprenden lo que seguramente será la doctrina a la que dedicarán sus vidas. Si bien en algunos casos es de admirar que niños tan jóvenes se dediquen tan plenamente a su religión, la verdad es que en la mirada de algunos chavales puede intuirse que su dedicación se deriva de la ilusión que algunos padres deben tener puesta en eso de tener un hijo que se meta a monje...
Además de templos y monjes, Luang Prabang tiene un famoso mercadillo nocturno en el que se pueden comprar desde pájaros hasta cualquier baratija de plata. Lo de nocturno, es relativo, porque en Luang Prabang no hay ningún tipo de vida nocturna ya que hay un toque de queda a la once de la noche, imaginamos que para preservar la tranquilidad de los monjes. La verdad es que después de lo de Vang Vieng, unos dias de descanso nocturno nos vinieron que ni pintados. Además, nos sirvió para aprovechar más las mañanas y hacer alguna excursión. La más destacable, la que hicimos a unas cascadas (sí, otras) en las que las lapas nos cogieron cariño y acabamos con pies y tobillos ensangrentados tras arrancarnos decenas de ellas. Qué le vamos a hacer si los españoles somos así de atractivos...
Y así fué Laos, la última parada antes de asaltar el gran gigante del sudeste asiático: Tailandia. Por motivos logísticos, el grupo se dividió en dos antes de cruzar la frontera. Nosotros dos por un lado y Jacobo, Pablo y Xavi por el otro. La razón es que ellos tres ya visitaron Bangkok hace unos meses y por eso prefirieron ver otra zona mientras nosotros veiamos la capital. En Bangkok nos volvimos a reunir para dar el salto a las islas tailandesas. Pero bueno, eso ya es tema para la siguiente entrada...
Seguimos sin poder colgar las fotos, pero esperamos colgarlas pronto.
Un abrazo,
Barbe y Prada