miércoles, 1 de julio de 2009

Prada: Perú

Crucé la frontera de Bolivia a Perú sin grandes percances para llegar a Puno, el pueblo peruano que hace de frontera a la altura del lago Titicaca. Las rapitencas, que ya se encontraban allí desde el día anterior, me dieron los datos de su hostal (hotel, en realidad) y hasta allí me desplacé. Al llegar no encontré a nadie, así que dejé mis cosas en la habitación de las rapis y me fui a callejear solo.

Al cabo de unas horas me encontré con ellas en la habitación del hotel, donde no faltarían las sorpresas. Resulta que Vanessa había dejado unos cuatrocientos soles (unos cien euros) en su mochila y ya no estaban. Alguien había entrado allí y se había llevado el dinero. Evidentemente, la únicas personas que habrían podido entrar en la habitación, a parte de mí, eran las empleadas del hotel, principales sospechosas del hurto.

Queriendo denunciar el asunto, por la mañana nos dirigimos a la comisaría de Puno, donde un agente sugirió volver al hotel para interrogar a todos los empleados. Al comenzar el interrogatorio algo empezó a oler a chamusquina. Primero la recepcionista me acusa de haber sido yo el autor del robo. Después la señora de la limpieza me vuelve a acusar. Más tarde el recepcionista de noche (que ni pintaba en el asunto) dice que he sido yo…¡Complot!

Ante tanta acusación hacia mi persona (con lo bueno que soy yo…) el cabo, teniente, comisario, inspector o lo que fuese, decide llevarme a comisaría como principal sospechoso del robo ante la incredulidad de las rapitencas y, sobretodo, de un servidor. Total, que pasé la mañana prestando declaración y corrigiéndole mil y una faltas de ortografía al señor inspector para que finalmente fuera “puesto en libertad” por falta de pruebas. La verdad es que la idea de ser violado en una cárcel peruana no me entusiasmaba.

Salvado el percance, salimos hacia Arequipa con la principal misión de hacer el trekking del cañón del río Colca, una de las excursiones más clásicas de Perú. La ciudad de Arequipa es muy bonita: casas e iglesias de la época colonial, calles de adoquines, y en general un ambiente bastante elegante. Nada que ver con Bolivia. Por allí salimos un día de noche mientras Pablo se ganaba un dinero haciendo malabares en una discoteca de moda. En el hostal, el mejor desde hacía meses, conocimos a Miquel y Elena, dos catalanes que estaban también unos meses de viaje.

Junto con ellos (y recuerdo, eramos ya unos cuantos: Pablo, Vanessa, Eva, Cisco, yo y ahora también Miquel y Elena) nos dirigimos a un pueblo llamado Cabanaconde para allí iniciar nuestro descenso al cañón del Colca. El viaje hasta Cabanaconde fue brutalmente cansado a pesar de ser de solamente seis horas. Desde Cabanaconde caminamos cerca de seis horas montaña abajo hasta llegar al fondo del cañón. Abajo, nos habían dicho, existía un hostal llamado el Oasis donde se podía disfrutar de unos días de calma entre las enormes paredes que conformaban el cañón. Y es que el sitio era un auténtico Oasis; sin luz, a casi cuatro horas de cualquier tipo de civilización, pero con una piscina que sabía a gloria en esos días tan calurosos.

Así que, aprovechando que no teníamos demasiada prisa, nos quedamos allí un par de dias. Dormíamos en unas cabañas hechas de paja y madera y comíamos a base de sopas y espaguetis, y encantados de la vida. Además, íbamos cargados con la guitarra, los malabares, el violín, y mil artilugios más (lo que nos hizo ganarnos el nombre de “los trekimúsicos”), por lo que tuvimos un par de días (y noches) la mar de entretenidos.

Para volver a la civilización nos esperaban algo más de tres horas de subida con una pendiente que recuerdo como una auténtica quebrantahuesos. Sin duda, las tres horas más duras que sufrí en todo el viaje. La guitarra colgando de un brazo y el habernos levantado a las seis de la mañana para que el sol no nos diera de pleno tampoco ayudaron demasiado. De hecho, creo que nunca hubiera llegado a la cima de no ser por la señora que me vendió un par de barritas energéticas (Dios las bendiga) a media hora del final.

Una vez de vuelta en Cabanaconde, cogimos el primer autobús de vuelta hacia Arequipa (ya solos Pablo, Eva, Vane y yo), donde a su vez cogimos el primer autobús hacia Cuzco. Así pues, tras habernos levantado a las seis de la matina, habernos pateado tres horas de subida interminable y habernos cascado veinte horas de autobús en un mismo día, por fin llegamos a Cuzco. Y cómo no, más sorpresas. Cogemos mi mochila, la de Pablo, la de Eva…¿y la de Vane? Robada. Otro disgusto para la pobre que no ganaba para robos. Al menos tuvimos la suerte de que no se me acusara porque con mis antecedentes me hubiese ido directito al calabozo. De lo que no nos libramos fue de pasar otra vez toda la mañana en comisaría de Cuzco poniendo la denuncia.

Cuzco resultó ser también muy bonito e incluso más colonial que Arequipa. Salimos un par de noches y frecuentamos mucho el mercado para desayunar. Aún así, la visita a Cuzco no era más que estratégica. Desde allí, íbamos a planear nuestra visita al Machupiccu. En Cuzco se pueden contratar mil y un tours para subir a Machupiccu pero, por cuestiones económicas, nos decantamos por hacerlo por libre.

Hicimos un trekking de dos días hasta llegar a Aguascalientes, el último pueblo antes de llegar a Machupiccu, donde hicimos noche. Me ahorro los detalles del trekking porque es básicamente el mismo que explicó Barbe en su día. La idea para subir hasta la ciudad perdida de los Incas era levantarnos a las tres y media de la mañana para estar en la cola de entrada a Machupiccu a eso de las seis. El primer día que lo intentamos nos dormimos y nos levantamos a las seis, así que abortamos la operación y nos quedamos merodeando por Aguascalientes a la espera de la mañana siguiente.

A la segunda fue la vencida: nos levantamos a las tres y media de la mañana, nos preparamos unos suculentos bocadillos de aguacate y tomate, e iniciamos la subida de los quién sabe cuantos escalones que llevan hasta la entrada de Machipiccu. Para nuestra sorpresa, nos plantamos en la cumbre a las cinco y media siendo los primeros de la cola.

La entrada a Machupiccu fue bastante espectacular. Casi totalmente cubierto por la niebla matutina, la ciudad estaba completamente vacía. Diría que, después del Perito Moreno, Machupiccu ha sido de lo más impresionante que he podido ver en todo el viaje. Me ahorro las palabras y animo a que todo aquél que tenga oportunidad vaya a verlo con sus propios ojos. Es increíble.

Volvimos hacia Cuzco haciendo gran parte del trekking de venida pero al revés. Pasamos una noche más en Cuzco (totalmente necesaria después de casi seis días de no para de caminar) y pusimos rumbo hacia la capital, Lima.

La verdad es que Lima nos sorprendió por su carácter europeo, con un casco antiguo de aspecto bastante español y algún que otro suburbio (como el de Miraflores, donde nos hospedamos) de bastante categoría. Allí aprovechamos para hacer el vago unos días. Fuimos al cine, a la playa, a hacer algo de surf e incluso a jugar al tenis. Precisamente jugando a tenis, Pablo y yo hicimos el ridículo más grande del viaje. Resulta que, bastante chulitos y confiados, les apostamos a las rapitencas que si perdíamos un partido contra ellas fregaríamos los platos de la cena. En bikini. Pues suerte que no hay fotos para documentarlo, porque fregamos largo y tendido…

En Lima nos separamos. Yo puse rumbo a Los Ángeles y las rapis y Pablito volaron a Buenos Aires. Se acababa Suramérica, una de las grandes etapas del viaje.

Fotos: http://picasaweb.google.com/guillermo.de.prada2/PradaPeru#

Un abrazo.

Prada