viernes, 27 de febrero de 2009

Barbe Chile II - Argentina I

Después de la separación temporal con Prada, yo me volví sólo con el micro-bus hacía Santiago. En la ruta, que duró 2 días, nos dió tiempo de ver las cascadas más caudalosas de Chile ( nada del otro mundo) y charlar y ver vídeos de fútbol chileno con Jorge, su novia y el chófer.
Como era el único pasajero, pudimos dejar de lado la última visita a unas viñas y llegamos a la capital más temprano. De esta forma, tenía tiempo para llegar tranquilamente a Viña del Mar, lugar escogido para pasar el fin de año. Como Jorge y su novia también iban allí, cambíamos los tickets de autobús para la mañana.
A la llegada, dejé la mochila grande en el Che Lagarto ( hostal) y con la pequeña, con lo mínimo para pasar 3 días, me fuí con ellos en el bus. Al ser un destino muy común en esas fechas, la carretera estaba bastate llena, así que el cambio de hora fué bien para llegar relajados a la tarde.
Jorge me dió su teléfono para que le llamara después de las 12, pero al final no tuve ganas de liarme y preferí pasar la noche más tranquilo, con lo que no nos volvimos a ver.

Así, después de cenar en el jardín del hostal y estar charlando con Nadia ( chica argentina de tierra del fuego) y de ir a ver los fuegos artificíales más grandes de Sudamérica, en la playa, con ella y los dueños del hostal, regresamos y me pasé toda la noche hablando de Argentina y de otros miles de temas con esta chica, hasta que amaneció y decidimos irnos a dormir. De esta manera, había pasado la noche de fin de año más tranquila de toda mi vida, pero que seguro, recordaré durante mucho tiempo por haber sido diferente.
A parte de celebrarlo a la hora chilena, el cambio de horario me permitió que unas horas antes llamara a casa de mi padre para poder pasar juntos el cambio al 2009, y de esta manera, tener las campanadas típicas de nuestro país, y los fuegos artificiales de la ciudad chilena.

Los siguientes dos días en Viña y Valparaíso no tuvieron demasiado en especial, y me limité a pasear por las calles repletas de casas de todos los colores, subiendo y bajando las calles empinadas de esta localidad, declarada patrimonio de la humanidad por sus ascensores callejeros centenarios, sus casitas tradicionales y su distribución en la bahía.
Como anécdota, tuve un pequeño accidente al acercarme a uno de los miles de perros callejeros que pasean por todo chile, y quererle hacer una fotografía por el color de sus ojos. Al acercarme demasiado ( no había tenido hasta la fecha ningun problema en acariciar ninguno), se levantó rápidamente del suelo, ladrándome y con una actitud bastante agresiva. Suerte que aún conservo parte de la velocidad de reacción adquirida con tantos años de entrenamientos en el fútbol, y pude hacer una salida rápida del lugar. El perro me persiguió un centenar de metros, hasta que vió que me alejaba suficiente. Fruto de ello, rompí una de las chanclas, que evidentemente no estan hechas para correr a toda velocidad, y hizo que tuviera que esfumarme de la calle, ya que podéis imaginar las risas que produjo un turista con chanclas, gafas de sol y cámara en mano corriendo delante de un perro callajero en medio de la ciudad......evidentemente me fuí con cara de "aquí no a pasado nada", pero con el susto en el cuerpo.
Una vez concluidos los dos días ahí, y después de que a la salida me dieran la alegría de que la dueña del hostal me regalaba los 30 dólares de la cena de fin de año ( es bueno siempre ser agradables con los dueños), cogí un autobús de regreso a Santiago donde iba a pasar un par de noches más antes de empezar mi periplo por los andes de camino a Argentina.

Pero antes de irme del país, quería conocer a una chica que me agregó hace ya muchos meses al Facebook, en lo que fué una broma por compartir el mismo apellido ( Susana Barberán), y que terminó con la coña de los primos lejanos.
Así, una vez llegado el bus de Viña, y de pegarme una ducha, me dispuse a salir por la noche con Susana y sus amigas. Al llegar, y después de las pertinentes presentaciones, Susana me dió el único regalo de Navidad que he tenido este año y nos fuimos a tomar unas copa a un bar que ellas conocían. Estuvimos toda la noche charlando, y antes de irnos, se ofreció a acompañarme al día siguiente para ir a ver el museo de história de la ciudad que era lo único que me quedaba por ver, y por lo que había atrasado mi marcha de Chile.
Evidentemente acepté la oferta, y por la mañana ( era sábado), nos fuimos a ver el museo y a comer. A la tarde, y cuando ya estábamos a punto de despedirnos, llamó a una de sus amigas de la noche anterior ( Sandra) que la invitó a casa de su novio a darse un bañito en la piscina y el jacuzzi. En la invitación estaba yo también incluido, así que pensé que un buen baño relajante antes de la paliza que me iba a pegar en los andes no me iba a ir mal. Dicho y hecho, allí estaba yo, con Susana, sus dos hijas, Sandra y otra amiga de ellas en el jardín de uno de los edificios nobles de la ciudad de Santiago.Es aquí donde me ocurrió una de las cosas más curiosas del viaje, pero antes de explicarlo, iré con las presentaciones.
Como he dicho, la piscina y el jacuzzi estaban en la casa del novio de Sandra, un diplomático madrileño de la Unión Europea ( Miguel) que lleva 4 años en la ciudad y que en esas fechas estaba en nuestro país pasando las fiestas con la família. En esta história, y como más adelante veremos, también interviene la persona de confianza del diplómatico, que es el encargado de gestionarle todo lo que puede en la ciudad, y de mantener todo bien en la casa. Este personaje se llama Juan, y como le gusta decir a él, es el hijo chileno de Miguel, y por tanto le llama papá. Vive en la casa con él.
Las presentaciones con Juan vinieron en el jacuzzi durante la tarde, y al inicio, a mi me tuvo un tanto despistado por la referencia continua de papá y hijo. Una vez explicado todo, y con el paso de los días me quedó todo claro, pero no avancemos acontecimientos.
Pasada la tarde, y bien relajados y refrescados, Juan propuso ir a cenar a un sitio de tapas y ir por ahí de fiesta. Aprovechando que era sábado noche y que tampoco tenía nada que hacer, me pareció una buena idea. Así, mientras Susana y Sandra iban con el coche a cambiarse a sus respectivas casas, Juan me acompañó al hostal en metro para que yo hiciera lo propio. Una vez todos guapos y listos, quedamos en una zona de bares, a la que Juan y yo llegamos algo tarde por haber hecho una parada técnica en un primer restaurante español con su respetivas tapitas con cañitas.
Ya los 4 juntos, fuimos a otro restaurante de tapas donde seguimos con la comida típica de nuestro país, con una cerveza detrás de otra, y entre medio de una de ellas, Juan me dijo que era una lástima que no me quedara más, ya que él me podría hacer de guía un par de días más, y de esta manera me propuso posponer mi salida a Argentina y quedarme en casa del diplomático con él unas noches más.
Lo cierto esque a pesar de no estar en mis planes, no lo vi nada mal, ya que en una noche me pareció una persona que sabía mucho de su país y que me podía enseñar mucho en poco tiempo, además, su amabilidad me hizo sentir muy bien. Así, y después de estar toda la noche en un bar de copas y de bailar temas de los años 70 y 80 ( ya podeis imaginar el ambiente), nos quedamos los 4 a dormir en el piso. Por la mañana, me acompañaron en el coche de Sandra al hostal a recoger mis cosas para trasladarlas.

Aquí empezaban 3 de los días más curiosos del viaje, donde cogí mucha amistad con ellos al estar mucho tiempo juntos, sobretodo con Juan. Ya ese primer día, y por lo que hablé con él, me dí cuenta de que conocía a toda la escalera del edificio, donde vivían otras dos españolas ( empresarias) y otros tantos extranjeros con buenos trabajos. Incluso disponía de las llaves de alguno de ellos para el cuidado del piso ante las ausencias de estos. Para que os hagáis una idea era un poco "aquí no hay quien vive", donde él conocía todo acerca de la vida de sus vecinos.
El primer día nos fuimos Sandra, Juan y yo, a comer un asado a las afueras de la ciudad en una población típica y nos pusimos como dios manda. A la hora de pagar, Juan sacó la tarjeta de crédito de Miguel, de la cual disponía para gastos propios y de la casa, y ante mi sorpesa, nos comunicó que su papá le había dado ordenes expresas de que su novia no pagara nada, y que a mi me incluía en el pack. Así los 3 días me trató a cuerpo de rey, enfadándose cuando yo hacía el ademán de pagar algunas de las comidas o de las cenas.
A la vuelta del restaurante, pasamos por la casa de la madre de Juan, que vivía en un poblado de las afueras de Santiago, para darle unas cosas a ella y a su hermana, y pude ver de primera mano la situación y la realidad de un Santiago diferente, el de las periferias, con chavolas de madera, con algo de cemento las que tienen más suerte y ver a la gente que vivía ahí, los niños que jugaban a fútbol en medio de la calle descalzos, con escombros por todas partes. Visiones que te hacen reflexionar.

Al día siguiente, y como era lunes, Sandra y Susana tenían que trabajar y nos fuimos Juan y yo a uno de los cerros que rodean la ciudad para poder tener una vista general de la monstruosidad de Santiago, os podéis imaginar 10 millones de personas puestas en un lugar plano y rodeados de montañas. Evidentemente uno de sus grandes problemas es la polución, ya que la contaminación no tiene canales de escape y se queda dentro de la ciudad haciendo en invierno muy difícil la respiración para las personas mayores. Después de una clase magistral de história y naturaleza, regresamos a la ciudad en busca de la piscina por los más de 30 grados que teníamos.
Esa misma noche, y aprovechando que un amigo de Miguel había devuelto el coche que este le había prestado unos días, fuimos a conocer un poco más la ciudad de noche, y esta vez a bordo del auto dipomático. Como Juan no dispone aún de licencia de conducir, tuve que amortizar ese carnet internacional para ir de aquí para allá sin pagar zonas de párquing y como bien me recordó Juan, sin tener que guardar los límites de velocidad, aunque como buen ciudadano, intenté respetarlos siempre. En la cena de ese día pude disfrutar del mejor salmón que había probado en mi vida, y esque a España no llegan los pescados en la isla de Pascua, que os aseguro están sabrosísimos.

El martes, 6 de enero, estaba planificada una excursión al "cajón del maipo", un valle situado a unos 150 km de la capital y donde Pinochet disponía de una residencia de invierno para disfrutar de sus paisajes naturales. Esta visita contó con una tercera persona, la alcladesa de uno de los barrios más poblados y humildes de Bogotá, que estaba de visita a una amiga que vivía en el mismo edificio, y al ser día laborable, y tener la amiga que trabajar, Juan ya se encargó de que no estubiera sola en casa, y esque como he dicho, él lo sabe todo acerca de todos y intenta que las visitas de los vecinos se sientan a gusto en Santiago .
Así, los 3 nos dirijimos en el coche y pasamos un día entre árboles, cascadas, puentes sobre ríos y conversaciones variopintas ( algunas sobre terrorismo calentitas).
Quien me iba a decir a mi que acabaría conduciendo un coche diplomático con una alcaldesa colombiana y un asistente personal chileno. Además de la visita al valle, de regreso a la capital, aproveché que era el día de reyes para llamar a casa y hablar con la família.
Para terminar la jornada y mi estancia en Chile, subimos al cerro más alto que está situado justo en el medio de la ciudad para poder contemplarla desde ahí. Hicimos un paseo en teleférico y regresamos al piso para ir preparando las cosas ya de cara a la mañana siguiente. Y sí, hablo en plural porque Juan me había comentado que si me importaba que me acompañara en mi camino en los Andes y llegar a Mendoza ( Argentina) para poder ver pasar el Dakar. Evidentemente que no me importaba, y aunque lo hubiera hecho, no podía decirle que no. De esta manera, preparamos las mochilas, nos despedimos de Sandra y Susana que vinieron a cenar pizza, cantamos un poco de karaoke y fuimos temprano a dormir ya que la salida estaba prevista a las 6 de la mañana para poder afrontar la jornada con tiemnpo.

El primer trayecto del día iba a ser coger un bus que nos llevara de la capital a un pueblecito llamado " los andes" que como bien indica su nombre, está en el valle de la cordillera, cerca de la frontera. Una vez allí, empezamos a caminar en dirección a Argentina, y sabiendo que era imposible caminar los 85 km que había hasta el paso, sacamos a pasear el dedo esperando que alguien nos recogiera y nos acercara. Lo cierto esque, además de una experiencia ( evidentemente no lo había hecho nunca), es la única manera de poder hacer caminando el paso de fronteras y poder disfrutar del las vistas que te da el parque nacional de la aconcagua, ya que no hay ningún bus que te deje allí.
De esta manera, tardó varios minutos en parar alguien, pero al final, un ingeniero de minas que iba de subida hacía el trabajo, paró con su furgoneta y accedió a llevarnos hasta donde él se desviaba, que aproximadamente era la mitad del camino. Durante el trayecto nos hizo una disertación acojonante de todo lo relacionado con su trabajo ( minas, piedras, montañas, excavaciones, etc), que hizo que el tiempo pasara volando. El segundo trayecto lo hicimos en camión con un chico argentino que hace el paso cada semana y que volvía a su casa sin mercancía en el remolque ( los que llevan nunca paran por miedo a que les roben).
Aprovechamos una parada de la policía donde tiene que identificarse para cogerlos parados y preguntar, sino es muy difícil porque estás en medio de la subida y si paran luego les cuesta mucho volver a arrancar. Con el camión hicimos la última parte, y la más bonita, viendo como los imponentes andes iban saliendo en medio de curvas y más curvas a bordo de un 16 ruedas viejísimo. En este caso, y como no podía ser de otra manera con un camionero argentino, la conversación fué toda de su trabajo y de fútbol.

Pasada la aduana chilena, y antes de llegar a la argentina, venía la parte del trayecto que yo quería hacer caminando, y aunque más tarde me enteré que molestó a Juan, era mi viaje y lo hacía a mi manera, así que me puse la música y empecé a caminar a un buen ritmo a través de la carretera y de los senderos de piedras, disfrutando de los paisajes y pensando en mis cosas. Mientras, Juan iba detrás manteniendo el ritmo y insistiéndome en llevarme parte de mi equipaje, a lo que evidentemente me negaba ya que lo quería hacer yo solo.
Lo cierto es, que es de ese tipo de cosas que haces una vez en la vida, y como experiencia está bien, pero cargar más de 30 kilos durante 20 kilómetros, con subidas, bajadas, piedras y asfalto no resulta un trabajo fácil, aunque en aquel momento "disfruté" con el sufrimiento.
La única parada que hicimos fué a la entrada del Aconcagua, para disfrutar por unos minutos de la imagen y para que engañarnos, para que mis riñones y mis pies tuvieran una tregua. A parte de esta, no paramos más, ya que ciertamente no sabía cuanta distancia había, y no quería que se hiciera demasiado tarde. Al final, y después de algo más de 5 horas, llegamos a la aduana argentina, pasamos los controles y caminamos los últimos metros hasta el pueblo " el puente del inca", donde por fin pudimos descansar, relajarnos y buscar un medio de transporte que nos llevara a Mendoza. Por suerte, pudimos comprar los tickets para el último colectivo y después de pasar 3 horas en el autobús, muerto de cansancio, llegamos a la ciudad y buscamos sitio donde dormir.
En contra de lo que esperaba, no pude pegar ojo durante toda la noche, a pesar de estar físicamente roto, y no esque la cama fuera incómoda, que lo era, sino que dejo a la imaginación de cada uno el nivel de ronquidos de Juan ( que por supuesto desconocía por haber dormido siempre en habitaciones separadas), que me impidió dormir después del eterno día que había sufrido. Y así, me salí a la sala del hostel a charlar con uno y con otro mientras pasaban las horas. Al final caí rendido en el sofá.
Al día siguiente, y después de intercambiar alguna mirada asesina con Juan, le comuniqué que iba a adelantar mi partida al noroeste para aquella misma noche ( en lugar de al día siguiente). Mis motivos, a parte del evidente que era no querer volver a sufrir el suplicio de otra noche en blanco, era que me estaba quedando sin días para poder ver todo lo que tenía previsto por haber alargado mi estancia en Chile.
Juan, a pesar de poder quedarse unos días ahí, que era su idea inicial, tomó el mismo camino que yo, y compró los billetes de regreso a casa para 2 horas después de mi partida. El día en Mendoza lo dedicamos al Dakar, ya que él nunca lo había visto y le hacía ilusión. Fuimos al parque central, donde llegaban todos los participantes y pasamos la mañana ahí entre fotos y más fotos, mientras toda la ciudad se volcaba y desvivía por ello ( alucinante). Durante la tarde fuimos a dar una vuelta por el centro y ya nos dirigimos a recoger las maletas y a la estación de buses.
De esta manera, me subí al primero de los interminables buses que me esperaban en este país y se acababa mi estancia con Juan. Desde aquí volver a agradecerle todo lo que hizo por mí, y espero que a pesar de la paliza en los andes no me guarde rencor.

18 horas me separaban de mi siguiente destino, que al final fueron 20 por los retrasos, aunque con el sueño y cansancio acumulado se me hizo más cortito. Lo único malo fué el dolor de espalda que te deja estar tantas horas en una butaca semi-cama ( recordar que la cama sale bastante más caro), pero ahí estaba yo, en la ciudad de Salta desde donde salían la mayoría de las excursiones hacía el norte ( jujuy, quebrada de umahuaca, etc ) y por las cuales yo estaba interesado. Al llegar, me alojé en un hostel que me ofrecieron en el terminal de buses y me acomodé en mi dormitorio, el cual compartía con 2 argentinos más. La tarde la empleé informándome y contratando la excursiones además de conociendo a 3 porteñas (así se llama a los argentinos que viven en Buenos Aires). Por la noche, fuimos a cenar los 4 a otro hostal de la cadena en donde teníamos incluída la cena en el precio del alojamiento. Fué ahí, donde, y en línea con lo que me a pasado en todo el país, conocí a más argentinos, que son de relacionarse mucho y hablar con todo el mundo. En este caso eran 7 porteños con los que acabría la noche de fiesta, en un boliche ( discoteca) de la ciudad.
Al regresar de fiesta, un poquito tarde, entré en la habitación, y en lugar de encender la luz y hacer ruido para meter las cosas en mi armario con candado, lo cual seguro hubiera despertado a mis compañeros de habitación, dejé mis pantalones y la camiseta a un lado y simplemente me puse a dormir.
Por la mañana, me levanté tranquilamente, me duché, y cuando me disponía a dejar la habitación para ir a conocer la ciudad, metí la mano en el bolsillo de mi pantalón en busca de mi cartera y de mi cámara de fotos y... sorpresa, ya no estaban ahí. Los cabrones de compañeros, con los cuales había estado tranquilamente hablando de fútbol la tarde anterior, se habían marchado llevándose de recuerdo mis cosas. Después de buscar y re-buscar, ya me autoconvencí de que sí, que me habían robado y que ya nada podía hacer, a parte de ir ha hacer la denuncía y de resignarme. Ya se sabe, al mal tiempo buena cara, y en este caso lo considero un aspecto más de mi viaje.
Una vez hechos los trámites y visto que me quedaban 30 dólares en la cartera que llevo siempre en la mochila, empecé a valorar alternativas y soluciones, ya que el resto del dinero y la única tarjeta que me quedaba útil iban en mi monedero. Evidentemente me dió mucha rabia haber perdido todas las fotos de los últimos 15 días ( fin de año, los días en casa del diplomático, el paso de lo andes etc etc), pero eso era ya una cosa que no podía solucionar y que debía olvidar, son cosas que pasan. Hablé con los dueños del hostal y evidentemente no me pusieron ningún problema para quedarme las noches que necesitara mientras encontraba soluciones.
De esta manera, me puse en contacto con Prada, ya que no quería preocupar a mi familía y quedamos que me enviaría dinero por una transferncia de money gram. El problema es que era sábado por la tarde y no podíamos hacer nada hasta el lunes. Así, me resigné a pasar un fin de semana aburrido, sin tener la posibilidad de hacer las excursiones previstas ( con lo que me perdí lo que muchos consideran una de las partes más bonitas del país) y limitándome a pasear por la ciudad y a hablar con uno y con otro. Durante todo el tiempo los chicos argentinos no paraban de ofrecerme ayuda, para que, como decían, no me llevara una mala imagen de su país....jejejeje. Además, Juan me puso en contacto vía Fecebook con el diplomático, que se ofreció para todo lo que necesitara, que si hacía falta volvía a Chile con ellos.....pensé que no era para tanto, aunque agradezco el interés y la preocupación.

Llegó el lunes, y cuando Prada me confirmó la transferencia ( vivan las nuevas tecnologías), me fuí en marcha para buscar el dinero y poder moverme ya de aquel lugar. No fué fácil sin embargo recibirlo, ya que me iban mandando de un sitio a otro y en ninguno resultaba ser el adecuado. Después de ir rápido de arriba a abajo ( ya que tenía a Prada esperándome en el msn para confirmar la entrega), por fin, y tras hacer una cola inteminable conseguí el dinero, cerramos con Prada y me fuí a informar sobre los buses que iban a Buenos Aires.

Salía aquella misma tarde con destino a Buenos Aires, y con la sensación de rabia que me dejó el robo y el no haber podido conocer aquella parte del país. Las 26 horas de viaje que separan una ciudad de la otra, las gasté durmiendo, leyendo, escuchando música, pero sobretodo hablando con un matrimonio que se sentaban al lado mío y que viajaban con su hijo Leo ( disminuido psiquíco). Rápidamente el niño ( de 9 años) se encariñó conmigo, y yo con él, me abrazaba, me daba besos, hablábamos de fútbol, de su Boca Juniors, le esplicaba quien era el Espanyol, y en pocas horas con aquel matrimonio y su hijo me dí cuenta de muchas cosas, y ahora es difícil explicarlo en unas líneas y por aquí, pero lo que aquella madre y aquel padre me dijeron, me explicaron, me enseñaron se me quedará grabado para el resto de mi vida. Y como no tenía cámara de fotos, para llevarme un recuerdo de ellos, Leo se encargó de dibujarme el escudo de su equipo a su manera y de firmármelo, en lo que es uno de los mayores regalos que me llevo de estos meses de viaje. Ellos bajaban una parada antes que yo, y como en otras muchas ocasiones, un beso, un abrazo y un hasta siempre cerraron este pequeño, aunque no por ello menos intenso, capítulo de mi viaje.

Al llegar a la capital, miré la Lonely Planet y me dirigí en metro a la zona donde constaban más hostels. Esta era en el centro, y nada más salir de la parada, me encontré con uno de ellos, que estaba muy bien de precio, y decicí alojarme allí. Dejé mis cosas, y me fuí a organizar el viaje por Argentina, que iba a ser con mi madre, durante 18 días, y evidentemente con ella no podía dejar nada para la improvisación.
Tenía 3 días para hacerlo todo, y no fué fácil porque el mes de enero es por excelencia el mes de vacaciones de todos los argentinos, y se tenía que reservar y comprar todo por anticipado. Así, pregunté en varias agencias de viajes por todo lo que tenía en mente hacer, y en una de ellas, me dijeron que regresara a la tarde para confirmar unas cosas. Al volver por la tarde, me encontré cerrada la puerta y me extrañó, pero no le dí mayor importancia. Al día siguiente me dijeron que 2 horas después de irme yo, 3 chicos armados les habían asaltado, con un cliente dentro, amordazado, y robado todo el dinero que tenían en la agencia. Que tranquilidad me daba.
Esa misma primera tarde, tuve que volver a la estación de autobuses para mirar unos precios y unos horarios, y cuando volvía, yo con mi mapa en la mano, pregunté a unas chicas hacía donde quedaba una calle, y después de responderme y de hacer coña con mi acento español, me dijeron que iban a tomar algo por la zona y que si les acompañaba. Nada tenía que hacer aquella tarde, así que me fuí con ellas.
Casualidades, resultó que eran jugadoras de fútbol en la universidad, así que las conversaciones eran fáciles, e incluso me ofrecieron el cargo de mister en su equipo ( ya se sabe que los entrenadores españoles tenemos buena fama..jejeje). Estuvimos hasta el anochecer en una terracita y a la hora de despedirnos, una de ellas, Anahí, me dijo que en febrero viajaba a Brasil y que nos podríamos ver. Nos dimos las direcciones, intercambiamos un par de mensajes, pero no las volví a ver más.

Aquella noche fué movidita, ya que en el hostal, la gente hacía mucho ruido y era muy difícil dormir, así que al despertar, decidí cambiarme de hospedaje. Antes de irme de la habitación, hablé con el único compañero que tenía, un israelí que también quería hacer lo mismo que yo aquella mañana, y no era otra cosa que ir a ver el estadio del Boca Juniors, el club más popular del país. Quedé con él un poco más tarde y me fuí a buscar otro sitio para dormir. Esta vez la elección fué muy buena, y a pesar de pagar un poco más, el sitio estaba bien.
Pasé toda la mañana en compañía de este chico, viendo el campo por fuera, haciendo el tour de dentro, paseando por el barrio de la boca, y comiendo de regreso, en el centro. Unos días más tarde, me dijo que en el hostal, había habido un atraco con pistolas el día después de mi salida. Ya eran 2 en muy poco tiempo, lo que hizo que andubiera con piés de plomo en esa ciudad. No me fiaba ni de mi sombra. En la tarde acabé de gestinar todo lo del viaje y dejaba cerrado los destinos y fechas de mi estancia en Argentina.

El último día antes de la llegada de mi madre, quedé con una de las rapitencas, que andaba en Buenos Aires despidiendo a su novio. La otra andaba perdida en el sur, dios sabe donde. Hay que conocerlas para saber de lo que hablamos. Así, paseamos por Puerto Madero, el barrio más moderno de la ciudad y dimos una vuelta por el barrio de San Telmo.

Hasta aquí llega este post, y dejo para el siguiente todo el viaje con mi madre. Recuerdos para todos...Carlos.
Las fotos de esta parte son muy limitadas, y todas las tuve que pedir a la gente con la que compartí viaje, ya que todas las mías las perdí cuando me robaron la cámara.


http://picasaweb.google.com.br/guillermo.de.prada2/BarbeChileArgentina#

sábado, 14 de febrero de 2009

Chile (I): de Santiago a Puerto Varas

Llegó la hora de empezar el camino de vuelta. Desde el dia en que dejamos Barcelona hace ya ocho meses, siempre vimos el cruzar el Oceáno Pacífico como símbolo inequívoco de que todo en esta vida tiene un fin, y de que éste, nuestro viaje, tendrá que acabar algún día. A partir de ese momento, cada autobús, avión o tren que cogiéramos dejaría ya de alejarnos de casa para ahora irnos acercando a ella poco a poco. La diferencia horaria no incrementaría más sino que iría disminuyendo. Ya no contaríamos los meses que llevamos viajando sino los días que nos quedan.

Con ese encuentro de sentimientos (el saber que de algún modo ya estamos deshaciendo el camino pero sabiendo que lo mejor aún está por recorrer) nos subimos a un avión en el que sobrevolaríamos el Pacífico hasta llegar a Santiago de Chile, donde aterrizamos con una doble sensación de dejà vu. Por un lado, porque despegamos a las 17.00 del 21 de diciembre y llegamos a las 11.00 de la mañana del mismo día 21. No hay error. Literalmente, vivimos un dia dos veces. No deja de ser más que otro dato curioso para un año lleno de curiosidades; por otro lado, porque Santiago tenía algo de familiar. No es la lengua, no es la gente. Es el la sensación de haber aterrizado en la España de hace veinte años: esas antiguas cabinas de Telefónica, azules, tan difíciles de ver hoy en día en cualquier ciudad española; oficinas del Banco Santander y el BBVA un tanto descoloridas; gasolineras Repsol YPF que parecen los deshechos de las españolas...todo Santiago huele a España, pero a la antigua. No solo viajamos en el espacio; ahora también en el tiempo.

En Santiago nos hospedamos en el hostal Ché Lagarto, cuyos empleados son tan simpáticos como su nombre. El trato y carácter de la gente fué, de hecho, el cambio que más notamos al aterrrizar en Chile. Si bien el simple hecho de poder comunicarnos en nuestro propio idioma ayuda, la verdad es que los chilenos (y los suramercianos en general, más tarde confirmaríamos) son gente muy tranquila y abierta con la que es fácil llevarse bien. De todas maneras, la patria es la patria, y por ello el primer coleguilla que hicimos en Santiago fué Jorge, de Bilbao, un tipo muy majete que se gana la vida haciendo de guía turístico en Berlín y que estaba un par de meses de vacaciones por Suramérica.

Con Jorge nos tiramos a la calle, nuestra especialidad. Visita de rigor al Museo de Arte Precolombino y callejeo por el centro de Santiago, donde tuvimos la suerte de presenciar un concurso de cueca (el baile nacional chileno), para el que Barbe fué escogido como parte del jurado. Aún sin tener ni pajotera idea de tal baile, fué, sin duda, el miembro con más criterio del jurado, la verdad sea dicha. De hecho, no fué ninguna casualidad que fuera escogido como jurado: los chilenos parecen tener un olfato especial para identificar a españoles porque, al día siguiente, unos cómicos nos cogieron como conejillos de indias para su espectáculo, también en la calle. ¿Por qué? Pues porque ya fueran bailarines, cómicos, o circenses, todos acababan pidiendo algún euro suelto.

También con Jorge nos embarcamos en nuestra primera salida nocturna en Suramérica, para darnos cuenta, al tiro ("en seguida", en jerga chilena), de que la seguridad en tierras suramericanas es otra historia. En realidad no tuvimos ningún percance serio, pero la sensación de estar siendo observados no nos abandonó en ningún momento durante nuestras noches en Santiago. La segunda sorpresa que tuvimos de noche fué la afinidad que las mujeres (o niñas) chilenas tienen por todo lo español y, imaginamos, lo europeo en general. Basta con decir que eres español para que las niñas te asalten, cosa que también está estrechamente relacionado con el euro, ahora tan venerado en la mayor parte del mundo. Triste pero cierto.

Durante estos primeros días en Santiago tomamos una decisión que se puede calificar como importante: nos separaríamos. Nos separaríamos durante un mes, desde el 28 de diciembre hasta finales de enero (cuando nos volveríamos a reunir para recorrer Brasil), por varias razones. Una, porque Prada se empeñó en visitar la Patagonia chilena (en concreto el Parque Nacional de las Torres del Paíne) y Barbe en pasar el fin de año en Valparaíso, cosas incompatibles por cuestión de fechas. La segunda, porque la madre de Barbe llegaría a Argentina (siguiente destino, tras Chile), a mediados de enero, por lo que Barbe tendría que estar en Buenos Aires para recibirla para esas fechas, y estando Prada a unos 3.000 km al sur de Buenos Aires (tocando casi la Antártida) la reunión no sería fácil. Y la tercera porque, para qué engañarnos, sin ser estrictamente necesario, un descanso el uno del otro tras ocho meses de convivencia no nos podía venir mal. Y así decidimos que nos separaríamos al cabo de una semana.

Tomada la decisión, y teniendo en cuenta que Barbe pasaría el fin de año en Valparaíso y Prada en algún lugar de la Patagonia, el último se fué un par de días a dicha ciudad para conocer la que se conoce como la ciudad más bonito de Chile. Barbe, por su parte, se quedó con Jorge en Santiago, dónde nos reuniríamos para pasar la Navidad juntos.

El recorrido de Prada por Valparaíso fué bastante memorable. Es una ciudad (un pueblo gigante, más bien) costera cuyo puerto fué uno de los más importantes de América antes de que se construyera el canal de Panamá. Alrededor del centro, que se sitúa junto al puerto, decenas de colinas se elevan sobre la ciudad como una muralla natural. Miles de casas de colores (sobretodo rojas, azules y amarillas, por alguna extraña razón) tiñen las colinas y dotan a la ciudad de unos aires carnavalescos difíciles de encontrar en cualquier otro lugar. Quizá por ello fué la ciudad talismán del Pablo Neruda, cuya casa (una de tantas, en realidad), la Sebastiana (la cuál Prada visitó), se encuentra en una de las colinas más altas. De hecho, todavía nos preguntamos como podía subir el tipo hasta allí, porque la subida que hay que recorrer es digna de la etapa más dura del Tour de Francia.

Mientras tanto, en Santiago, Barbe y Jorge aprovecharon para hacer una visita al campo del Colo Colo, uno de los dos equipos de Santiago, que casualmente había ganado la liga chilena de fútbol hacía dos días. Cuando llegaron allí, conocieron al cabecilla de la Barra Brava del Colo Colo (algo así como el jefe de las Brigadas Blanquizules o los Boixos Nois). El tipo, llamado Mario, resultó ser un trozo de pan (aunque con printa de terminator indio, por favor ver fotos) y les invitó a hacer un tour completo por el estadio, con él mismo de guía explicándoles toda la historia y secretos del club. Mario, con el que hicieron buenas migas (el futbol levanta pasiones y ayuda a hacer amigos), les invitó a ir al campo al día siguiente para seguir conociendo un poco más del club. Ese segundo día, coincidieron con el funeral de un chico, hincha del Colo Colo, que había muerto en las celebraciones por el campeonato conseguido unos días antes, y cuyo funeral iba a hacerse en el propio campo de fútbol, con toda la afición ofreciendo sus condolencias en masa a la familia. Mario les dijo a Jorge y a Barbe que les acompañara un segundo para despedir al chico; y la sensación les chocó muchísimo, ya que no había sentimiento de tristeza, ni en la família ni en sus amigos. Según ellos, es una cosa habitual, y despedir el cuerpo en el campo es lo máximo para ellos. Después de estar más de media hora con el féretro en medio de la grada, donde él se solía colocar, entonando los cánticos de cada partido, lo sacaron del estadio en el coche fúnebre, con los autobuses y coches repletos de aficionados detrás cantando y ondeando las banderas del Colo Colo, mientras daban una vuelta por las afueras del campo. Increíble pero cierto. En algunos lugares, el fútbol es más que una religión.

Una vez llegado Prada de Valparaíso, nos volvimos a reunir para pasar la Navidad juntos. Ante los precios desorbitados de la mayoría de restaurantes y, sobretodo, ante la falta de gente con quién cenar en Nochevieja, decidimos unirnos a la cena navideña que se había organizado en el hostal. La cena fué, cuanto menos, pintoresca. Un argentino que no paraba de enseñarnos videos de su hija cantando en un karaoke, una jubilada australiana que, aunque no quisiera reconocerlo, era alcohólica, el recepcionsista del hostal (un rockero chileno), un francés que antes de que el resto pudiéramos empezar a cenar se lo había comido todo y dos holandesas mucho más normales que el resto de comensales hicieron de familia improvisada en una fecha tan señalada. El menú: una ensalada bastante floja y un pollo con champiñones bastante decente pero que ni por asomo valía los veinticinco dólares que pagamos. La verdad es que fué una cena muy curiosa, con el tipo argentino sin dejar de hablar de su hija, de los novios de su hija, de lo bien que canta su hija, de las borracheras que se pegaba con su hija, y de su exmujer. Tanto habló que el pobre rompió a llorar cuando habló de su exmujer. Las al menos cinco copas que se había metido entre pecho y espalda seguramente tuvieron algo que ver.

Total, que una Navidad como ninguna otra, sin jamón, sin langostinos, sin familia, pero que acabó siendo entrañable. El dia 25 por la mañana empezó la aventura: en pié a las 8.00 de la mañana porque empezábamos un tour de siete días por el sur de Santiago. La verdad es que los tours no son santo de nuestra devoción (por precio y porque nos gusta ir a la nuestra), pero esta vez no había alternativa: llegamos a Chile con poco tiempo y muy mal preparados. No sabíamos ni el qué ver ni cómo llegar hasta ello. Así que nos decidimos por un tour que, finalmente, no estuvo tan mal. Lo mejor del tour, sin duda, fué su guía, Jorge (no el vasco, sino otro, chileno de pura cepa), un personaje sin igual al cuál el tour le había arruinado las vacaciones de Navidad porque el guía que supuestamente debía habernos acompañado dimitió el día antes de salir. El grupo, además de nosotros, lo conformaron una pareja de belgas (muy majos), una madre e hija eslovacas (muy personajas) y la novia inglesa de Jorge (el guía), que estaba pasando las vacaciones con él.

La primera parada, el mismo día 25, fué en Pichilemu, un pueblo costero conocido por sus olas perfectas para el surf. Cómo no, Prada no pudo resistirse (se piensa que ya sabe hacer surf) y alquiló una tabla para intentar coger alguna ola en las gélidas (no es broma, gélidas incluso con neopreno) aguas del pacífico junto a Jorge y su novia. Barbe optó por darse un paseo en caballo por la playa con las eslovacas, de lo cual disfruto como un niño. Surf y paseos en caballo, lo típico para un dia de Navidad...

De Pichilemu fuimos hasta Pucón, parando antes en un par de sitios que, honestamente, no cabe explicar. Pucón, paraíso del esquí en invierno, sigue siendo un destino atractivo en verano (recordemos, en Chile diciembre es verano) por su oferta de deportes de aventura. La aventura estrella es la subida al volcán Villarica, de 2.800 metros. Nuestra idea era subir al volcán con el resto del grupo al dia siguiente al que llegamos a Pucón, algo que no pudimos hacer debido al mal tiempo y a qué el volcán, que está activo, desprendía un volumen de gases tóxicos que impedia llegar a la cima. Ante el imprevisto, pasamos la tarde en unas termas naturales a unos pocos kilómetros de Pucón.

Al día siguiente de lo previsto, entonces sí, emprendimos la subida al Villarica. Aunque en pleno verano chileno, la parte alta del volcán estaba sensiblemente nevada, así que empezamos el ascenso con un mochilón en el que cargábamos grampones, casco, pico, y todo tipo de abrigo. La subida no fué fácil. Pensábamos que para unos tipos como nosotros, ahora ya de mundo, subir un volcán de 2,800 metros no sería gran cosa. La realidad resultó ser bien diferente y, aunque nuestras piernas no sucumbieron (habían mujeres que estaban subiendo, no podíamos abandonar) al cansancio, al dia siguiente no nos podíamos ni mover, Además, los gases que el volcán suelta hacen más dificil la respiración, la cuál ya no es fácil por la altura. Total, que reventados tras más de cuatro horas de subida y respirando humo por un tubo hicimos cima. Lo mejor fué la bajada: Entre el equipo que cargábamos en la mochila, teníamos una pala que pudimos utilizar a modo de trineo y deshacer el camino en menos de una cuarta parte del tiempo que tardamos en subirlo. Gran experiencia.

Después de hacer noche en Pucón, seguimos hacia el sur, dónde lo único destacable son las colonias de leones marinos que pudimos ver en Valdívia. Tras Valdívia, llegamos a Puerto Varas, donde Prada finalizaría el tour para iniciar su recorrido por la Patagonia. Barbe, por su parte, volvería con Jorge (el guía) y compañía hasta Santiago. Así que en Puerto Varas llegó la hora de separarse. La separación fué triste pero sin dramas, sabiendo que en un mes volveríamos a vernos.

Y así empezó la nueva aventura que suponía el viajar solos. Quién se pregunte que tal nos fué tendrá que esperar a nuestras próximas entradas...en plural, porque cada uno escribirá sobre su experiencia. Así que la próxima será una lectura doble.

Fotos: http://picasaweb.google.com/guillermo.de.prada2/Chile1#

Hasta entonces, un abrazo,

Barbe y Prada