domingo, 7 de septiembre de 2008

Laos, el gran desconocido

Prácticamente desconocido para la mayoria de los mortales, Laos ha resultado ser el diamante en bruto del sudeste asiático y la más grande de las sorpresas que nos hemos llevado en lo que llevamos de viaje.
Atacamos Laos desde el norte de Camboya con los habituales problemas en la frontera y otras tantas incomodidades en el transporte que esta vez vamos a obviar para no repetirnos más de lo que ya venimos repitiéndonos. El primer destino una vez solventados los aspectos "geopolíticos" del cambio de país (véase también: sobornos a personal de aduanas) fue la zona de Si Phan Don, también conocida como el area de las cuatromil islas. Se trata de un conjunto de islas en el rio Mekong que forman una especie de delta bastante espectacular, especialmente en esta época del año en que la lluvia es el pan de cada día y el Mekong roza límites de capacidad. En realidad, la gran mayoria de las (presuntamente) cuatromil islas de Si Phan Don son más bien islotes y sólamente diez o doce son lo suficientemente grandes como para ser habitadas. Nosotros optamos por Don Det, a priori la más popular entre los backpackers y donde pensamos que, por tanto, encontraríamos a más gente de nuestro "rollo" y unos precios más asequibles.
La llegada hasta la propia isla fué curiosa porque, como decimos, el Mekong está a estas alturas de año casi desbordado y baja con muchísima fuerza. Y porque siete personas (recordamos: Jacobo, Pablo, Xavi, Javi, Cris y los mendas) con mochilas de 25kg cada una en una patera de dos metros de ancho con un micromotor que no parecía tener más fuerza que un cepillo de dientes eléctrico no era ni mucho menos nuestro sueño ideal de como cruzar los quinientos metros de enfuruñado Mekong que nos separaban de nuestra isla de destino. A pesar de que el naufragio nos pareció casi garantizado, estos asiáticos parecen saber lo que hacen y, aunque en varios momentos parecía que se nos llevaba la corriente, llegamos a Don Det sanos y salvos.
Ya en tierra firme, la vida en una isla de 6km de largo fué de lo más relajante. El mayor esfuerzo que hicimos fue montaros en bici para recorrer la costa en busca de los delfines que habitan en el Mekong y que dicen ser visibles (กes mentira!) a esa altura del río. Pinchazos de rueda, baños en el rio y más pinchazos fueron la tónica durante nuestra estancia en Don Det.
Aquéllos dias fueron seguramente el tiempo en que más aislados del mundo hemos estado en todo el viaje (y seguramente en nuestras vidas). Esta pequeña isla, en la que deben vivir no más cien personas (turistas a parte), no tiene corriente eléctrica y la única electricidad de la que se dispone es la producida por generadores y sólamente puede usarse durante tres horas al dia. El agua que llega hasta el lavabo no es más que el agua del río así que tuvimos que utilizar agua embotellada para lavarnos los dientes porque el agua del grifo parecía Cacaolat. Internet, por supuesto, era un bien de lujo, y los mosquitos son del tamaño de Pau Gasol. El lado positivo es que por fin hemos usado esas mosquiteras que tanto espacio ocupan en nuestras mochilas!
En cuanto a percances, sólo destacar que Xavi se pasó vomitando dos días y que fuimos testigos de la tormenta más escandalosa que hemos vivido jamás. Aparte de eso, todo bien.
Desde Don Det dimos el salto al Laos continental, pasando brevemente por Vientiane, la capital, para acabar en Vang Vieng, un poco más al norte. Esta vez, debido a que el trayecto a recorrer fué de 27 horas, decidimos coger un autobús local en lugar de las furgonetas y minibuses en las que nos desplazamos normalmente, para ahorrarnos unas perrillas y así seguir en la linea de "ahorro" que estamos intentando llevar. Es toda una experiencia porque los autobuses locales en Laos no sólo trasnportan personas, sino también todo tipo de mercancías, animales, otros vehículos, y hacen mudanzas, todo en un mismo autobús. En el pasillo de nuestro autobús habían colocados, entre otros, al menos 100kg de sacos de patatas y otros tubérculos, un sofá (es dificil de explicar como cabía un sofá en el pasillo de un autobús, pero juramos que así fué), veinte sillas de plástico, y nuestras mochilas. Además, el la vaca del autobús habían al menos diez motos y otro sofá. Estos tios saben como aprovechar los viajes.
Una vez en Vang Vieng, enseguida nos dimos cuenta de que este minúsculo pueblecito tiene algo muy particular. La calle está llena de bares y restaurantes con televisiones en las que sólo se emite Friends y llenos de australianos, italianos, ingleses, americanos, alemanes, holandeses, españoles y número exagerado de irlandeses (a lo que todavía no le hemos encontrado explicación coherente). El ambiente, lejos de ser el de un pueblecito rural en medio de la nada, es totalmente occidental, muy joven, movido, y un tanto portaventuresco. Y es que Vang Vieng es probablemente la localidad más famosa de Laos por tener una de las atracciones turísticas más populares de todo el sudeste asiático. A lo largo de unos 4km de orilla del Mekong, estos Laosianos han montado ocho o nueve bares con música a tope y con atracciones como tirolinas, trampolines, campos de futbol, etc...El tema consiste en recorrer los 4km rio abajo montado en un flotador gigante tipo donut, claro está, parando en cada uno de los bares (algo así como lo que hace Fernando Alonso al meterse en boxes) para tomarse, quien menos, un par de copas y pegar cuatro saltos al agua. El resultado: trescientas personas bajando 4km de rio en donut con una cogorza impresionante, bailando en las orillas, tirándose al río en voltereta y deslizándose por interminables tirolinas desde las 12 de la mañana hasta que el sol desaparece. Increíblemente divertido e increíblemente peligroso. Lo peor llega a la mañana siguiente cuando te levantas con un dolor de espalda matador, provocado por esa galleta monumental que te pegastes en el bar del trampolin cuando intentabas hacer ese doble mortal que sólo crees que sabes hacer cuando te has bebido media botella de Jack Danielดs...la otra pega es una resaca monumental, secuela de un dia entero de alcoholismo puro. Eso sí, como no hay nada mejor que un buen baño para combatir la resaca, todos al rio con el donut, y vuelta a empezar. Nosotros duramos dos días, pero conocimos a gente que llevaba ocho dias seguidos dándole al tema.
Dejamos Vang Vieng con cambios en el equipo. Cris y Javi pusieron punto y final a sus vacaciones y tomaron rumbo a Bangkok para desde allí coger un avión hasta nuestra añoradísima Barcelona. Javi, Cris: qué gran placer el haber podido compartir parte de este viaje con vosotros. Os echamos de menos.
Empapados de melancolía por las importantes bajas llegamos a Luang Prabang, un pequeño pueblo que resulta ser tan pintoresco que fué declarado patrimonio de la humanidad por la Unesco hace ya unos cuantos años. La verdad es que el pueblecito tiene mucho encanto. Sus calles están plagadas de templos budistas y sus monjes, siempre vestidos de naranja y protegidos del sol por un paraguas del mismo color, se dejan ver a cualquier hora del día. Al contrario de lo que parece darse en otras religiones, el budismo parece ser casi más popular entre niños que entre adultos. La mayoría de los templos de Luang Prabang tienen escuelas budistas en las que las que los crios (literalmente, hay niños de siete u ocho años que ya van vestidos de naranja) aprenden lo que seguramente será la doctrina a la que dedicarán sus vidas. Si bien en algunos casos es de admirar que niños tan jóvenes se dediquen tan plenamente a su religión, la verdad es que en la mirada de algunos chavales puede intuirse que su dedicación se deriva de la ilusión que algunos padres deben tener puesta en eso de tener un hijo que se meta a monje...
Además de templos y monjes, Luang Prabang tiene un famoso mercadillo nocturno en el que se pueden comprar desde pájaros hasta cualquier baratija de plata. Lo de nocturno, es relativo, porque en Luang Prabang no hay ningún tipo de vida nocturna ya que hay un toque de queda a la once de la noche, imaginamos que para preservar la tranquilidad de los monjes. La verdad es que después de lo de Vang Vieng, unos dias de descanso nocturno nos vinieron que ni pintados. Además, nos sirvió para aprovechar más las mañanas y hacer alguna excursión. La más destacable, la que hicimos a unas cascadas (sí, otras) en las que las lapas nos cogieron cariño y acabamos con pies y tobillos ensangrentados tras arrancarnos decenas de ellas. Qué le vamos a hacer si los españoles somos así de atractivos...
Y así fué Laos, la última parada antes de asaltar el gran gigante del sudeste asiático: Tailandia. Por motivos logísticos, el grupo se dividió en dos antes de cruzar la frontera. Nosotros dos por un lado y Jacobo, Pablo y Xavi por el otro. La razón es que ellos tres ya visitaron Bangkok hace unos meses y por eso prefirieron ver otra zona mientras nosotros veiamos la capital. En Bangkok nos volvimos a reunir para dar el salto a las islas tailandesas. Pero bueno, eso ya es tema para la siguiente entrada...
Seguimos sin poder colgar las fotos, pero esperamos colgarlas pronto.
Un abrazo,
Barbe y Prada

4 comentarios:

Anónimo dijo...

Me alegra que hayais tenido algo de tranquilidad y relax. Ya os tocaba campeones!
Un abrazote

Que la fuerza os siga acompañando en esta aventura

Oscar B

Anónimo dijo...

Hola muchachada,

Como me gusta leer este blogger desde la oficina, me escapo por un momento y me deprimo cuando vuelvo...que envidia!

Vaya Indiana Jones que estáis hechos!

un abrazo,

Jordi

Anónimo dijo...

Una vida feliz es tener ilusiones y cumplirlas. Tendráis recuerdos por todo tus vidas, mientras no bebeis tanto para olvidarlos, jejeje!!.

Un beso sin lengua a los dos de parte de Coral y nada de besos de mi parte Michael

Anónimo dijo...

Saluda a mis tocayos los Laos