domingo, 18 de enero de 2009

Nueva Zelanda

Con un poco de nostalgia, después de 5 semanas increíbles en Australia, donde pasamos de los lujos de Melburne a la austeridad de la furgoneta, viviendo momentos que quedaran para siempre, llegó la hora de poner rumbo a Nueva Zelanda. Nuestro siguiente destino, ese destino que conoces bien porque desde siempre en el cole nos decían que las antípodas de España eran dos islas que quedaban....como lo diríamos...a si, en el culo del mundo. Pues eso, madrugón en el hostal de Sydney y camino al aeropuerto los dos solos, ya que Toni tenía el vuelo el mismo día pero por la noche.

Para no perder la costumbre, y como nos habíamos sentido tan confortables los 3 en un espacio tan reducido, decidimos contratar ya desde Australia, con la misma compañía, lo que sería nuestro medio de transporte y alojamiento durante los casi 20 días que estaríamos en la isla sur. Así pues, nos esperaba otra Wicked para seguir poniendo en práctica nuestras posiciones nocturnas para no parecer una lata de sardinas, seguir buscando el dueño de olores no identificados, y nuestra preferida, seguir durmiendo en sitios poco legales.


La idea inicial era llegar a Christchurch ( la ciudad más importante), recoger la furgoneta y por la noche ir a buscar a Toni para empezar otra vez con la ruta en la carretera. Al llegar al aeropuerto de Sydney ya vimos que tendríamos problemas, ya que el vuelo iba con 2 horas de retraso, sumadas a las 2 de diferencia que existen entre los dos países, calculamos que estaría difícil llegar a tiempo para recogerla. Pero antes de desvelar la incógnita, tuvimos un placentero vuelo lleno de aires por aquí y por allá, o lo que es lo mismo, con unas turbulencias que hasta la fecha no nos habíamos encontrado. A parte de la molestia de estar metido en una centrifugadora a 11.000 metros del suelo ( que no es poca), lo que más nos fastidió fué el hecho de que por culpa de los movimientos no pudieran servir la comida. Y esque para nosotros, ahora, comer en los aviones es, a parte de un ahorro económico, uno de los menús más sabrosos, y más en Quantas, que ya tenemos localizado una ternera buenísima.


Depués de los problemillas aéreos, llegamos sanos y a salvo ( aunque hambrientos), y nos dirijimos directos a la compañía de furgonetas. Como nos temíamos, estaban cerrados, y no nos quedaba otra que buscar un hostal para pasar la noche y asumir que no nos cobrarían una noche menos de van. Localizamos a Toni a tiempo para decirle que no estaríamos con pancartas para recibirle en el aeropuerto y para darle el nombre del hostal. No fué un inicio muy bueno que digamos.

Otro aspecto negativo que percibimos nada más llegar y que en mayor o menor medida nos a acompañado durante toda la estancia ( a excepción de un par de días), es que el verano neozelandés no es ni por asomo como el español, y es algo que no tuvimos demasiado en cuenta antes de salir. De esta manera si, seguimos el verano, pero en estas latitudes eso no es sinónimo de bañador, chanclas y camiseta corta, sino más bien al contrario. Así, hemos tenido que tirar de North Face, jerseys y tejanos, además de los sacos para dormir ( mirándolo por el lado positivo, hemos amortizado algunas de las adquisiciones para el viaje).


El día siguiente de nuestra llegada, el despertador sonó pronto para ser los primeros en recoger la furgoneta, y está vez si que la conseguimos, aunque no sin problemas, ya que en el registro de la compañía les figuraba una de 2, y ya nos pensábamos que nuestra mala suerte seguía con nosotros. Al final nos tocó una preciosa Nissan azul con personajes de Los Simpsons ( ya sabemos que estás envidioso Jacobo), que hizo que la gente nos señalara bastante más con el dedo al ir por la calle, y esque se ve que nadie les a dicho que eso es de mala educación, aunque a nosotros no nos importaba demasiado, sobretodo si era algún grupito de señoritas.

Con nuestra campervan lista, todo dentro y con ganas de empezar a visitar lo que todo el mundo nos había descrito como un país lleno de paisajes espectaculares ( no se equivocaban), pusimos tierra de por medio hacía nuestro primer destino. Para poder ver los mejores sitios, contamos con la inestimable ayuda de una amiga de Prada de Londres, ex-compañera de trabajo y natural de aquí, que nos hizo un resumen detallado de lo que no nos podíamos perder y del tiempo que ella recomendaba estar en cada lugar. De esta manera, lo primero que había era el pueblo de Hanmer Springs, conocido por sus piscinas de aguas termales en medio de la naturaleza.

Ya en el primer trayecto, nos dimos cuenta de la expectacularidad de Nueva Zelanda, con sus bosques, montañas, valles y ríos que la hacen única en el mundo, y para la gente se haga una idea, es aquí donde grabaron "el señor de los anillos", y de verdad que no podía haber un país mejor para hacerlo.

Llegamos al pueblo por la tarde y estubimos desestresándonos en sus aguas de 30º, mientras en el exterior corría un airecito poco agradable, que hacía el agua todavía más apetecible. Como no, apuramos hasta la hora de cerrar, y después de una buena ducha ( recordamos a la gente que las super Wickeds aún no disponen de este lujo), buscamos un sitio para cenar y pasar la primera noche.

Después de un rato de búsqueda, ya dimos por imposible encontrar un área de descanso ( al final resultaría que en NZ no existen) y paramos en la entrada de una granja, esperando que los dueños no nos vieran y si lo hacían fueran tan gentiles de dejarnos trasnochar ahí.

Aquella primera noche nos dimos cuenta de 2 cosas: la primera, que el cielo que se veía desde aquel lugar, sin luces y sin contaminación era impresionante, con miles y miles de estrellas brillando encima de nuestras cabezas, y estubimos difrutando de él durante un buen rato. La segunda cosa, y como ya se sabe que despúes de una de cal va una de arena, fué que además de millones de ovejas, ciervos y vacas, en el país también conviven millones de insectos voladores, ya sean mosquitos o mosquitas, y aunque sólo cambie una letra, hay mucha diferencia como más adelante explicaremos. Pues eso, que como novatos que eramos, y ante el desconocimiento, encendimos la luz para cocinar y en menos de un minuto aquello parecía como el primer día de rebajas en "el corte inglés", todas corriendo a la luz y invadiendo zonas peligrosas, donde estaba nuestra comida. A pesar de no tardar en apagar, seguro que alguna tuvo aterrizaje forzoso en la salsa de tomate o en el agua hirviendo, y tuvimos que aplicar el dicho popular.... de lo que no mata engorda.


A la mañana siguiente, y después de experimentar por primera vez el frío a las 8, cuando se abre la puerta de la furgoneta y tu estás en calzoncillos, nos abrigamos, y nos dirijimos al norte, en busca de ballenas y focas que decían se veían desde una población llamada Kaikoura. Al final, de las ballenas ( que para que engañarnos era el plato fuerte) no hubo ni rastro, lo que si que pudimos ver, y en un par de sitios, fueron las focas, que en contra de lo que estamos acostumbrados a ver en zoos y en aquariums, no son demasiado amigas de los hombres. Cuando intentabas acercarte más de lo que ellas consideraban razonable, te metían un buen bufido y te dejaban ver unos dientes de unas dimensiones considerables. Evidentemente de riesgo hay poco, ya que son bastante lentas fuera del agua, y es imposible que pasara nada, el problema venía cuando había alguna escondida o camuflada entre las rocas y no la veías; entonces si que te llevabas un buen susto y te ibas por patas.


De la experiencia con las focas, pasamos a otro tipo de vivencia, y después de dormir en unas marismas próximas a nuestro siguiente destino, Blenheim, iniciamos un día completamente diferente al resto, y esque, la experiencia en si, consistía en catas de vinos.

Esta ciudad es la capital del vino neozelandés, y alberga multitud de productoras, situadas la gran mayoría en una misma calle, lo que lo ha convertido en una atracción turística para la gente, que aprovecha las catas gratuitas que ofrecen para pasar un día "alegre", a la vez que aprenden más sobre vinos. Y así lo hicimos nosotros.

En las primeras bodegas no hay problemas, pero cuando ya has pasado por 4 o 5, los diferentes vinos empiezan a pasar factura y esque probar todas las variedades que ofrece una sola marca significa tomarse no menos de 6 tipos. Al final, ya empiezas a rechazar algunos de ellos, y en el caso de Barbe acabas con un dolor de cabeza tremendo por culpa del vino blanco. Prada y Toni apuraron hasta el final, y como se dice, se bebieron hasta el agua de los jarrones, y esque ya se sabe que los catalanes nos apuntamos a todo, y si es gratis mucho más.


Una vez repuestos de nuestro master en vinicoteca, la siguiente cruz en el mapa estaba situada en una población llamada Nelson que decían que tenía una buena playa y ambiente hippy. Al llegar, ni una cosa ni la otra, la playa dejaba bastante que desear, a pesar de que disfrutamos de nuestro mejor tiempo en nueva Zelanda y pudimos bañarnos en ella, y el ambiente hippy no se veía por ninguna parte y era más una zona de veraneo de gente con dinero. Así que, como disponíamos de nuestro medio de transporte, aprovechamos sus barbacoas públicas para cocinar la comida y la cena, aprovechamos su inmensa esplanada de césped para hacer algo de deporte, aprovechamos sus duchas públicas gratuitas ( eso si, con agua congelada) y pusimos marcha al parque nacional de "abel tasman".


Llegamos por la mañana, después de pasar la noche en la cuneta de alguna carretera secundaria que ni siquiera recordamos, y nos dirigimos al operador turístico para informarnos sobre los precios de los barcos que te llevaban a las mejores zonas del parque. Como podéis suponer, el precio no era barato, y estaba muy por encima de nuestro presupuesto, así que, después de ver que la única alternativa era ir caminando, nos preparamos una ensalada de arroz enorme, aprovechando el capricho que nos habíamos permitido en la compra anterior ( aceite de oliva y vinagre de módena), y con los estómagos llenos y las bambas de deporte, nos encaminamos a la excursión de 4 horas de ida y otras 4 de vuelta que nos esperaban.

La excursión valió la pena, ya que además de pasear por un camino rodeado de rainforest por todos lados y de ver algunos paisajes espectaculares, al fnal tuvimos el premio de bañarnos en una playa paradisíaca ( con el agua congelada también), mientras hablábamos de uno de los temas estrella del viaje, el fútbol. El otro a sido la política, y esque ya se sabe que tantas horas de carretera aburren a cualquiera.

Lo peor de la excursión fueron las 4 horas de vuelta, por el mismo camino, con el estómago vacío y con ganas ya de llegar. Suerte que fuimos previsores y preparamos por la mañana suficiente ensalada para dos comidas, y así nos evitamos el cocinar, que no a sido tarea fácil, ya que el camping gas que traen las furgonetas no es demasiado potente y preparar pasta o arroz nos a traído más tiempo del esperado, y eso es especialmente desesperante cuando el hambre aprieta. Muertos de cansancio por la paliza, fuimos a dormir y esperamos al día siguiente para conducir costa oeste hacía abajo en dirección al glaciar Franz Joseph, por las carreteras que todo el mundo decía que tenían las vistas más bonitas y espectaculartes.


Una vez llegamos, vimos que la gente, de nuevo, no estaba equivocada en cuanto a lo de las vistas, pero lo que no nos habían avisado, y nos enteramos ya al final del viaje, esque en esta costa hay que llevar productos antiinsectos, porque además de haber muchos como hemos dicho al inicio, en esta parte del país, hay un tipo de mosquita que te pega unos mordiscos para sacarte sangre. A diferencia de los mosquitos, con estos te enteras de la picada porque hacen daño. Su táctica es buscar la zona de las manos y de los tobillos porque es la más desprotegida de pelos y es más fácil para ellos llegar a la piel.

Además de nuestros amigos "moscards", como los bautizó Toni, empezamos a tener problemas nocturnos con picores dentro del saco de dormir que hasta la fecha no hemos encontrado explicación. Las teorías iban desde pulgas, hasta reacción de las picadas de las mosquitas al tacto con el saco. El hecho es, que cuando te venían los picores, tenías que utilizar técnicas de concentración avanzadas para no rascarse todo el rato, y aseguramos que no era tarea fácil.

El resultado de todo esto fué: Toni muy afectado en brazos y piernas con ronchas bastante considerables ( aunque lo que nos tranquilizaba esque no llegaban al nivel de KJ en Australia), Barbe un punto intermedio con pies y algo de piernas, y Prada el mejor parado con algún que otro picor nocturno.


De lado los problemas con los insectos, el trayecto hacía el glaciar fué realmente bonito, y disfrutamos de unas buenas vistas a pesar de no hacer buen tiempo. La llegada a Franz Joseph, un día después, no fué del todo mala, ya que tuvimos sol a ratos que nos permitió disfrutar más de la inmensidad del glaciar.

Para poder verlo, existen varias maneras: en helicóptero, con un tour organizado, o por libre. El más espectacular evidentemente era verlo desde el aire, pero no estaba a nuestro alcance, así que entre los otros dos, nos decidimos por el gratis, porque más o menos puedes llegar al mismo sitio sin que te cueste un dolar.

Llegados al mirador donde indican que hay peligro si pasas sin guía, nos miramos los 3, y viendo que había gente cerca del glaciar, pasamos por debajo de la barrera, nos descalzamos y empezamos a cruzar riachuelos de agua helada en dirección a la boca del Franz Joseph. Llegar no fué tarea fácil, y nos llevó casi 1 hora, a pesar de que está relativamente cerca. El motivo fué, que mientras te acercas al glaciar, el río va cogiendo fuerza, y llegas a un punto que la montaña te impide seguir adelante y es imposible cruzar el agua sin jugarte ser arrastrado corriente abajo o que te golpee un bloque de hielo que bajan con muchísima fuerza.

Después de buscar algún paso seguro y ver que no existía, nos dijeron que había un camino por encima que te permitía superar el cortante de montaña. A pesar de que nuestro calzado no era el adecuado para pasar por caídas de agua y por caminos de piedra, estábamos decidimos a llegar hasta el final, y después de un rato, conseguimos nuestro objetivo de ver a escasos metros la boca del glaciar.

La visión del bloque de hielo en el valle es única, y a pesar de que en verano no es la mejor época, nos impresionó estar delante de una masa helada tan grande que parece que en cualquier momento se te va a caer encima. Estubimos un rato contemplándolo y haciendo alguna foto, y a la hora de irnos, un gran bloque de hielo cayó en el río haciendo un gran estruendo a modo de despedida.

Con la imagen todavía reciente, cogimos la furgoneta y nos paramos en el lago Matheson, a pocos kilómetros, donde en días sin viento, con el agua quieta, puedes ver reflejada la imagen de las montañas nevadas y tener una instantánea única. No tuvimos esa suerte y tuvimos que seguir nuestro camino dirección Queenstown.

En este punto nos encontramos con un pequeño retraso en los planes por mirar en exceso la "pela", ya que en las gasolineras de zonas poco pobladas, el precio es un 20-30% más caro, y evidentemente no queríamos tirar el dinero, así que poníamos la cantidad justa para llegar al siguiente pueblo o ciudad y conseguirla al precio normal (recordamos que en Nueva Zelanda no existen gasolineras en medio de la carretera).

Al llegar a la siguiente, además de estar al precio caro, estaba ya cerrada y no teníamos manera de conseguir gasolina para llegar al destino, así que nos vimos obligados a pasar la noche en medio de la nada, y esperar al día siguiente a que abrieran y poder seguir la ruta. Si esque ya se sabe que no se puede mirar tan fino.


Una vez con gasolina en el depósito, cogimos la carretera que pasa por el medio del lago Wanaka y el Hawea, y disfrutamos de más paisajes alucinantes. Hicimos parada técnica de un par de horas en el pueblo de Wanaka, donde Prada y Toni se comieron la butifarra más barata de sus vidas a costa de no se que organización pro algo y nos dirijimos directamente hacía Queenstown.

Llegamos al mediodía, y vimos que era la ciudad con más movimiento de las que habíamos estado. Además era fin de semana y se repiraba un ambiente de fiesta que rápidamente se nos contagió. Para ello, y después de muchos días de dormir en las no precisamente cómodas esterillas de la furgoneta decidimos darnos un lujo y coger un hostal.

Antes de que se hiciera de noche, tuvimos tiempo de reservar un tour para hacer la "speed boat" ( lancha rápida), que Jacobo y Pablo nos habían marcado como actividad imprescindible en este lugar. Además nos informamos sobre los precios del "canyon swing" ( especie de puenting), pero en este caso teníamos que pensar si a nivel económico, y para que engañarnos a nivel emocional, estábamos preparados para afrontarlo, así que decidimos ajornar la decisión al día siguiente.

La misma tarde, Prada y Toni se fueron a pegar un bañito a las aguas congeladas del lago, traida directamente de las montañas nevadas, y aprovecharon y conocieron a las que serían nuestras compañeras de fiesta aquella noche. 5 australianas, 2 de las cuales estaban estudiando desde hacía un tiempo castellano, por lo que no fué difícil que quisieran practicar un poco su nivel. Todo sea dicho, en contra de su profesor, que no sabían más que 4 palabras, aunque ya nos esforzamos en enseñarlas alguna palabreja útil que seguro podrán utilizar cuando vengan a nuestro país.

Así llegó la noche, y después de tomarnos alguna cervecita en la habitación, y de arreglarnos un poquito después de muchos de días de ir con las mismas pintas ( incluso estamos superando a algunos en cuanto a lo de los calzoncillos), nos pusimos aquello que llevamos en la mochila de nombre colonia y que casi habíamos olvidado que existía, y nos fuimos para el bar donde nos estaban esperando nuestras amigas.

La noche estubo muy divertida, y después de estar charlando con ellas un buen rato, de su país, del nuestro, de viajes etc etc, vimos que eran unas chicas muy majas, pero aún quedaba lo mejor por venir, su arma secreta. Y esa arma no era otra que el baile, y en especial una de ellas que se asemejaba mucho a " Amelie" ( ver foto). Fué entrar en el club y se fueron corriendo a la pista como unas posesas y se pusieron a bailar ( si lo podemos llamar de alguna manera) ante nuestras caras de asombro. El resto de la noche ya os la podeis imaginar, todas las miradas iban hacía nuestro grupo, y nosotros con dificultades para mantener la risa.


A la mañana siguiente, sonó el despertador y tuvimos, no sin esfuerzos, que dejar la habitación y dirigirnos a contratar el salto en un arrebato de " ahora o nunca", probablemente producido por los restos de la noche anterior. Dicho y hecho, dimos la paga y señal y nos dispusimos a pasar un día de sensaciones fuertes.

Todo empezó a las 12 , subiéndonos en un autocar que nos llevaría al río donde teníamos la lancha rápida. El camino en sí fué muy bonito, pero no estábamos ni preparados ni advertidos de que iba a ser por unos caminos de tierra en medio de precipicios donde veías a escasos centímetros cientos de metros de caída. Por si esto no fuera poco, el conductor iba comentando la jugada por el micro, señalando con el dedo aquí y allá, lo que significaba que si el dedo señalaba, la mano no estaba en el volante, añadido a que estaba lleno de curvas y que la velocidad no era que digamos demasiado baja, empezó a añadir una sensación de tensión en el cuerpo sumado al mareo que traíamos, que hacía que las ganas por llegar fueran más por parar aquel trasto que por la excursión en barquita.

Una vez pasado el mal trago, y aún con mal cuerpo, llegamos a un embarcadero donde nos esperaba nuestra lancha con el conductor ( un chico jóven con pinta de gustarle las emociones fuertes) preparado para hacernos disfrutar durante media hora.

La subida del río fué un calentamiento de lo que sería la bajada, ya que iba parando cada poco tiempo para asegurarse por radio que no venía ninguna embarcación ligera de bajada ( cayak o canoa) que pudiera llevarse por delante. Aún así, en los tramos que hicimos, ya nos dimos cuenta de varias cosas: la primera, evidentemente, que iba muy rápido, la segunda, que pasaba muy cerca de las rocas del borde, y por último, que el río apenas tenía agua y podíamos ver todo el fondo, con lo que los botes eran más marcados. En casi cada parada, nos hacía un 360º para el disfrute de todos los tripulantes.

Una vez llegado al final del trayecto, prebia confirmación por radio de que no venía nadie, nos dispusimos a deshacer el camino realizado, pero esta vez de bajada, lo que significaba más velocidad ( 80 km/h) y sin paradas. Fueron unos pocos minutos, pero muy intensos. La sensación de volar por encima del agua, en un cañón increíble, con unas vistas muy bonitas, tomando las curvas como si nada y rozando las rocas que nos encontrábamos por el camino hizo que la adrenalina se disparara. Uno de los mejores momentos fué cuando nos cruzamos con un helicóptero que venía en sentido contrario a poca altura, fué demasiado.

La potencia de aquella barca era evidente, y el conductor la exprimió al máximo para que disfrutáramos de la experiencia. Como colofón a todo, llegó la forma de aparcar, haciéndo un 180º perfecto, que dejó la lancha en su sitio en lo que fué una maniobra perfecta que arrancó los aplausos de los allí presentes.

De vuelta por el camino infernal, y cuando aún estábamos un tanto emocionados y comentando la jugada ( se llegó a decir....."ja em puc morir tranquil"), paramos para ir al lavabo en lo alto de la colina, donde estaba construido un puente que cruzaba el cañón y que utilizaban para hacer puenting. Al estar supendido en el medio y mirar abajo, nos dimos cuenta de que la siguiente actividad no iba a ser fácil, que aquello no era tan sencillo como te muestran los vídeos promocionales.

A partir de ese momento, dejamos de lado la lancha rápida y toda nuestra atención y comentarios iban dirigidos al salto que en 2 horas teníamos que hacer y que en aquel momento ninguno de los tres las teníamos todos con nosotros. Después de otra vuelta llena de curvas, barrancos y demás, llegamos a Quennstown con la idea de retrasar el salto una hora para tener tiempo de descansar algo y afrontarlo con más convicción, pero no nos dieron ninguna opción, sólo nos dijeron "just jump". Así pues, nos pesaron, y nos metieron en otra furgoneta sin haber tenido tiempo de recuperárnos del viaje anterior.

Esta vez, por suerte, la zona donde tenían montado el chiringuito estaba más cerca. Al llegar, teníamos un sentimiento de contrariedad, por un lado miedo y por el otro ganas de hacerlo. Para decidir quien saltaba antes, lo dejamos en manos de la suerte, y le tocó a Toni probar si las cuerdas aguantaban. Y ya estaba, una vez en la plataforma, con todo el equipo puesto, ya no había marcha atrás, ya no podíamos escapar. La espera es tensa, ves debajo tuyo 110 metros antes de llegar al agua, y el paso no es fácil, hay algo dentro de tí que te dice que no lo hagas, que no es una cosa normal, y a pesar de haber pagado para "sufrir", es un sufrimiento que gusta, y tanto fué así, que después del primer salto, donde tenías que lanzarte al vacío, vino un segundo donde nos colocaron suspendidos en el aire, y te dejaban caer de espaldas.

El salto no era propiamente puenting, ya que no caías y rebotabas, sino que era un péndulo, en el que alcanzabas una velocidad de 150 km/h antes de quedar suspendido a pocos metros del suelo. Como no, quedamos impresionados, y con los ojos ensangrentados por el segundo salto boca abajo, pero con la sensación de que acabábamos de hacer algo que no olvidaríamos fácilmente.

Una vez terminado nuestro día de deportes de aventura, hicimos noche en medio de la montaña y a la mañana siguiente nos pusimos en marcha hacía milford sound. Pero antes, estrenamos lo que sería una de las maneras de ducharnos de la fecha en adelante, y eran las piscinas municipales. Utilizamos las instalaciones de varias ciudades para pasar una mañana en el agua y tener acceso a las duchas al final. Fué un buen recurso, que nos permitió estar un poco más limpios y oler un poquito mejor de lo habitual. Hasta 5 veces nos permitimos el lujo de pagar los 2 euros de entrada, aunque evidentemente valoramos que era mejor eso que pagar noche en hostal para ducharnos.


Para llegar a los fiordos de Mildford sound, tuvimos que trasnochar en Te Anau, población desde donde se contrataban las excursiones. Así, nada más despertarnos, nos hicimos con el barco más económico y pusimos camino al puerto desde donde salían, que estaba situado a unas dos horas de una carretera llena de paisajes naturales y bosques húmedos de los que disfrutamos a bordo de nuestra furgonetilla. Una vez pasado un túnel apenas iluminado, de un sólo sentido y en bajada, que nos sorprendió bastante, llegamos a lo que es propiamente conocido como Milford Sound, un paraíso natural, lleno de montañas altísimas con nieve en la cumbre y que, por las lluvias de los días anteriores, dejaban caer centenares de cascadas por la roca que hacía la visión realmente insólita.

Al llegar al final del valle, cocinamos algo rápido, y con el último bocado aún sin tragar, fuimos corriendo ( literalmente) a nuestro barco, que nos estaba esperando ( ya se sabe que los españoles siempre vamos justos a todas partes), para darnos una vuelta por los fiordos. Las vistas impresionaban, montañas de 2.000 metros a nivel del mar, cascadas enormes en los valles que caían directamente en el mar, y los más increíble es que nos dijeron que la profundidad en el agua era de 3.000 metros, lo que era extraño por estar viendo a ambos lados tierra firme apenas con una separación de un centenar de metros.

A parte de los evidentes paisajes de los que pudimos disfrutar, lo curioso del trayecto, fué al acercarnos a una de las cascadas para poder hacer alguna foto más cercana. Al estar en la parte delantera del barco, y no haber aprendido aún que si te pones debajo del agua normalmente moja, nos quedamos los 3 como bobos, foto por aquí foto por allá, hasta que un golpe de viento nos dejó completamente empapados. Después de los primeros enfados por la posibilidad de haber estropeado las cámaras y sin contar que pasamos un frío terrible, nos sirvió para reírnos un rato de lo tontos que habíamos sido. Eso sí, en la siguiente cascada a la que nos acercamos, ya nos encargamos de estar bien a cubierto.

Finalizamos la ruta en barco, de apróximadamente 3 horas, y deshicimos el camino, parando en algunos lugares para tomar fotos. Terminada esta visita, significaba haber acabado la costa oeste de la isla y por tanto la parte más bonita, así que ahora nos quedaba ir tirando de nuevo a Chirstchurch para terminar la vuelta.


De camino, que duró tres días, podemos reseñar pocas cosas de interés: Barbe y sobretodo Toni, tuvieron que amortizar el botiquín y empezarse a poner crema anti-picadas ya que las ronchas en la piel empezaban a ser algo preocupantes. La noche en una ciudad llamada Dunedin que sirvió para podernos conectar a internet y poner al día nuestros asuntos personales con el mundo real. El intento frustrado de ver los pingüinos de una colonia, que de natural tenía poco, y más bien parecía un circo, por lo que descartamos el pagar dinero para ver a unos animalitos haciendo papiroflexia. Y por último, y para cambiar los temas monótonos de fútbol y política, nos tiramos horas hablando de las listas de bodas ( algo tuvisteis que ver Cinto y Marina), de la dificultad de hacerlas, quien entraría en las nuestras y quien quedaría fuera, como veis, habían momentos de aburrimiento.


Depués de 17 días, regresábamos al punto de partida, y nos preparábamos para la despedida de lo que había sido nuestro compañero de viaje durante un mes y medio y con el que hemos compartido muchas cosas. Momentos buenos, malos, discusiones, risas, tajas, olores, patadas nocturnas, en fin, muchísimas cosas que quedarán ahí para siempre.

Antes del momento, nos dió tiempo de conocer la vida nocturna de la ciudad para poner un buen punto final y nos permitimos el lujo de comer pizza en la última cena.

Acompañamos a Toni al aeropuerto con la furgoneta, a una hora intenpestiva ( 5 de la mañana) y, como en tantas otras ocasiones durante el viaje, con un abrazo y un hasta la vista, fué suficiente para terminar una convivencia, y es que las despedidas es de lo peor del viajar, aunque al final, como a todo en esta vida, te acabas acostumbrando.


Un día más tarde de haber pasado de tripleta a dupla, llegó también la hora de la otra despedida, y aunque diferente, no menos despedida, y estamos hablando de la furgoneta. Después de más de un mes entre Australia y Nueva Zelanda, después de 6.500 kilómetros recorridos, después de habernos acostumbrado a conducir por la izquierda, después de tantos sandwich de huevo frito con hasta 5 pisos, después de acostumbrarnos a tantas cosas poco higiénicas, después de una rutina a bordo, llegaba el momento de terminar y volver a la vida en los hostels.

De esta manera deciamos adiós a nuestra Wicked, así como de todo lo que significaba, y pasamos la última noche en la isla sur en una cama como dios manda antes de coger el vuelo.


Llegados a Auckland, teníamos por delante 4 días antes de cruzar el gran charco hacía Sudamérica. Los primeros días los empleamos visitando las zonas más típicas de la ciudad, con la "sky tower" ( el edificio más alto del emisferio sur), el puerto ( donde se encuentran anclados los veleros del equipo New Zealand de la copa América), y en general la zona centro de la ciudad desde diferentes partes.

Por las noches intentábamos irnos de fiesta con un grupo de 5 argentinos que compartían habitación con nosotros. Y decimos intentábamos, porque el ambiente no era demasiado festivo, y en ninguna de las ocasiones nos encontramos los locales llenos.También pudimos disputar unos Argentina- España en el pro, ya que los fenómenos se llevan la play a todas partes. A pesar de que estubimos a punto, no logramos ganar ni un partido (por culpa del pésimo nivel de Barbe), pero nos reímos un buen rato con los comentarios de uno de ellos, típicamente argentino.

Pero sin duda, el aspecto más curioso de nuestra estancia en Auckland fué, de nuevo, las coincidencis de este mundo que parece tan grande pero que en realidad no lo es tanto. Una noche, cruzando un paso de peatones cercano al hostel, nos cruzamos con un compañero del Sant Ignacio, si, otro. Por tercera vez nos encontrábamos con alguien del colegio por pura casualidad, y esta vez en las antípodas de nuestro país. En este caso fué Víctor Vilar, que está acabando la carrera en Australia y se había cogido unas vacaciones para conocer Nueva Zelanda antes de regresar a España. Estubimos la noche hablando, del colegio, de las coincidencias y de fútbol, bueno, más concretamente del Español, ya que, como Barbe, él también es forofo de este gran club.

Para terminar nuetra estancia, Prada se fué a conocer una isla cercana, con playas, aprovechando el buen tiempo, mientras que Barbe se tomaba con más calma las últimas horas en tierras oceánicas.

Hasta aquí llegó nuestra estancia en las antípodas y nos preparamos para un vuelo de 12 horas que nos cambiaría de país, de continente, y de realidad....volvíamos a cambiar la prespectiva del mundo.


Sentímos los retrasos y el tostón de leer todo de golpe....pero son cosas del directo.

Fotos aquí: http://picasaweb.google.com/guillermo.de.prada/NuevaZelanda#

Y no os perdáis los videos:

http://www.youtube.com/watch?v=hNYeHmR0tNI&feature=channel

http://es.youtube.com/watch?v=Ed8jRvf78Q8

http://www.youtube.com/watch?v=U8zhcS5hQjc&feature=channel

http://es.youtube.com/watch?v=v27MPe1Hofo


Hasta la próxima, Prada y Barbe

3 comentarios:

2rapitenquesaroundtheworld dijo...

Iiiiiiiiiiieeeee!!1Estos xicuelos!!!Bueno veig que esteu fent els deures del blog..xina xano...jajaja!!Com nosaltres!!!
Estic enacra a Buenos Aires...voleu fer el favor d´apareixer per aqui...!!!jajaja
xicuelos espero veures pronte!!!
saluuuuuuuut
eva
rapitenca 100%

Anónimo dijo...

Veeeenga, menudas experiencias, los hielos, la barca las caídas, las focas, las australianas... en fin, da gusto leeros, gusto y envídia!!

Por cierto, que hicisteis con los 100 pavos del torneo de fúbtol?? :P

PD: no se si sabéis que el Español se va de cabeza a 2ª, y el Barcelona lleva 50 de 57 ptos en la liga... :S

CUIDAOS MUCHÍSIMO!

Miguel dijo...

Cuñaaaaaaaaaaao, como me rio con vuestro blog es la booooooooooooooooomba!