miércoles, 11 de marzo de 2009

Barbe: Argentina II

Después de mucho esperar y pensar en ello, por fin llegaba el día en el que, después de casi 8 meses, volvería a ver a mi madre, y con la que viajaría 18 días por la Argentina.
Cogí un taxi desde mi hostal hasta el aeropuerto, y la fui a recibir, como no podía ser de otra manera, con una caja de alfajores habana ( dulce típico de este país). Cuando llegó, y después de los pertinentes besos y abrazos, nos fuimos de nuevo en dirección a la capital.
Las dos noches que estaríamos en Buenos Aires, las pasaríamos en un hotel 4 estrellas que había reservado para que ella pudiera descansar del viaje, y como no, para yo poder dormir como un rey después de mucho tiempo.
Lo primero que hicimos fue ir a dar una vuelta por el barrio de la boca y pararnos a comer en una terraza del " caminito" ( calle muy típica de la capital) donde ofrecían un espectáculo de tango, baile por excelencia de argentina y que te encuentras por todos sitios. Ya empezábamos a meternos en el país.

Durante los tres días, nos dio tiempo de visitar las cosas más importantes de la capital, a pesar de que el clima era demasiado caluroso ( 35º) y hacía difícil el caminar durante las horas de la mañana. De esta manera, fuimos a ver la casa rosada ( lugar de trabajo de la presidenta), el congreso, la plaza de mayo, el cementerio de recoleta ( donde se encuentra enterrado el cuerpo de evita perón), el barrio de San Telmo, lleno de antigüedades, Puerto Madero, y en general todo el centro. A decir verdad, lo que más vimos y más fotografiamos por estar justo enfrente de nuestro hotel, fue el obelisco, uno de los monumentos más conocidos de la ciudad, situado en la Avenida 9 de Julio, calle principal que atraviesa Buenos Aires con 10 carriles por sentido.
Claro está, con semejante dimensión, es la calle más ancha del mundo, y no es para menos, cruzarla como peatón te lleva un buen rato, ya que no puedes hacerlo con un solo semáforo.
Además de intentar introducir el concepto de callejear en mi madre, también pudimos disfrutar de una tarde de relax en el balneario que disponía el hotel, y recargamos pilas para los días que nos esperaban.
Otra de las actividades fue, y como no podía ser de otra manera, ir de noche a uno de las cenas-show de tango que ofrece la ciudad en sus diferentes teatros.
Una vez realizado casi todo el "turismo" de Buenos Aires, ya nos preparábamos para el primer cambio de destino, y este no era otro que una de las joyas de la corona, las cataratas de Iguazú. Para ello, nos dirigimos el tercer día por la tarde a la terminal de buses, para coger uno que viajaría toda la noche hasta llegar al destino. En contra de lo que había hecho yo hasta la fecha, en esta ocasión, contraté el mejor servicio de cama que existía, y la verdad es que era muy confortable. Podías estirarte completamente, te daban manta y almohada, y lo mejor de todo, te servían comida caliente en el trayecto.

Con tanto lujo, casi no nos dimos cuenta de las 16 horas, y ya nos plantamos en el pueblo de Puerto Iguazú, donde nos estaba esperando, con el típico cartelito, una persona de la agencia que contraté para las excursiones. Nos llevaron al hotel, y nos vendieron una salida en barco por el río para aquella misma tarde en la que no teníamos nada programado.
La excursión no tenía nada en particular, más que sentarte en un catamarán y disfrutar del mismo paisaje de selva tropical a ambos lados del río.
Desde el agua puedes ver el punto de la trifrontera, que es el lugar donde el río Iguazú y el Paraná se juntan haciendo de frontera natural entre Argentina, Brasil y Paraguay. Como colofón, al final del trayecto, y antes de tomar el camino de regreso, te llevan cerca de una playa donde tienen "apalabrada" la actuación de unos indios guaranís en la arena, con unos bailes típicos, mientras los turistas están en la cubierta sacando fotos. Un poco lamentable.
Una vez en el hotel de regreso, tomamos un bañito en la pileta ( piscina) del hotel y nos fuimos a dormir temprano, ya que la excursión del día siguiente empezaba a las 7 de la mañana.

Empezábamos la visita a las cataratas por el lado brasileño, ya que todo el mundo me lo había recomendado por ser el menos espectacular y de esta manera no llevarse una decepción. Nos pasaron a buscar con una furgoneta y nos llevaron, previo paso por las correspondientes aduanas, a la entrada del parque, donde, como en todos sitios, tuvimos que pagar la entrada para el ingreso. Una vez dentro, y con nuestro guía a la cabeza, que nos explicaba todo lo relacionado con lo que íbamos a ver, nos dirigimos al inicio de la pasarela, desde donde puedes ver toda la inmensidad de los saltos situados en terreno argentino delante tuyo.
La visión desde este lado es mucho más panorámica y, a pesar de ser menos espectacular, tiene también su encanto. En nuestro caso, tuvimos suerte, ya que toda la semana anterior había estado lloviendo, y el caudal del río era elevado para las fechas en las que estábamos.
El recorrido no fue demasiado largo, son aproximadamente 2 kilómetros, y después de tomar muchas fotos, desde todos los ángulos, llegamos al tramo final, en donde existe un paso que te lleva justo encima de uno de los saltos y por delante de una cascada muy caudalosa. Evidentemente, desde este punto te mojabas muchísimo, y era difícil tomar fotos sin que la cámara peligrase. También desde aquí, pudimos tener una primera visión de "la garganta del diablo", la caída más caudalosa de todas las cataratas y que realmente te deja impresionado.
Al finalizar la excursión y reunirnos todo el grupo, nos llevaron en la furgoneta a un buffet libre situado cerca de la frontera, donde por apenas 8 euros te servías todo lo que querías. Este sería el primero de los muchos buffets de los que disfrutaríamos en Argentina, y en los que a diferencia de los españoles, a parte de las ensaladas, pastas, pizzas y postres, también tienes la posibilidad de comer toda la carne que quieras. Y no estamos hablando de cualquier carne, el asado argentino es fuera de serie, y con ese precio lo hacía irresistible. Y aunque parece que no hay ningún punto negativo, si que lo hay, y es que después de tanto exceso, por primera vez en lo que va de viaje, he tenido que recurrir a una "dieta" en Brasil para perder los muchos kilos que gané.
El resto del día lo empleamos paseando por el pueblo, viendo sus calles de tierra rojiza, comentando acerca de las hormigas de tamaño descomunal que habitan estas partes del mundo y en definitiva conociendo un poco de lo que nos rodeaba. Posteriormente, nos relajamos de nuevo en la piscina.

Para el día siguiente, y antes de afrontar el lado argentino de las cataratas, teníamos prevista una visita a las ruinas jesuíticas de San Ignacio, situadas a 300 kilómetros de Iguazú. El trayecto no fue sencillo, ya que las más de 3 horas en la furgoneta, sin espacio en los pies, no resultaba para nada cómodo.
A medio camino, hicimos una parada técnica en unas minas de piedras semi-preciosas, donde como no, al final del tour, te pasan por la tienda para que compres algo, y como mi madre aún no está preparada para soportar estas tentaciones, tuvo que comprar algunos recuerdos....jejeje.
Una vez llegamos a las ruinas, comimos algo y esperamos a que un guía nos hiciera la visita a todo el grupo.
Aquí coincidimos con 2 chicas argentinas ( Maru y Lujan), la madre de una de ellas, y una chica brasilera ( Lucia) con las que al día siguiente también compartiríamos visita. Estuvimos cosa de 2 horas en el tour, nos enseñaron y explicaron todo lo relacionado con esa misión y el resto del movimiento jesuítico de la época y en todo lo que cambió y ayudó ( o no) a los indios de la zona. Guardando opiniones personales, la verdad es que tiene mucho mérito todo lo que llegaron a conseguir sin apenas conocer de nada la lengua ni las tradiciones de ese pueblo.
La lástima fue, que nos tocó un día muy caluroso y no daban demasiadas ganas de estar mucho más tiempo expuesto al sol abrasador para disfrutar y perderse entre los muros y construcciones de la misión.
De esta manera, ya poníamos rumbo de nuevo a Iguazú y nos preparábamos para lo que sería el día más espectacular de todos los vividos en Argentina.

Como los dos días anteriores, la furgoneta pasó a recogernos muy temprano por el hotel, y dentro de ella coincidimos con Maru y Lucia, con las que rápidamente ya nos pusimos ha hablar. Más tarde en el parque nos encontraríamos también con la madre y la hija.
La visita del lado argentino de las cataratas está separado por 3 niveles ( superior, medio e inferior). En el superior, para nosotros el más espectacular, caminas durante poco más de un kilómetro por encima del río en busca de la "garganta del diablo", y mientras te vas acercando, va aumentando el ruido, hasta que de pronto, ahí la tienes, debajo tuyo. Miles, millones de litros de agua por segundo caen 100 metros por un espacio muy pequeño, lo que produce una nube de vapor de agua que te deja totalmente calado.
Estar plantado en el balcón durante unos minutos, escuchando el ruido, y viendo caer tanta agua, te deja realmente impresionado, y es una visión difícil de olvidar.
Del lado superior, y aún comentando lo que habíamos visto, nos llevaron al circuito medio, donde un seguido de pasarelas te transportan por los saltos de agua del parque, viendo por todos lados cascadas ( más de 300 conforman las cataratas). Unas más grandes que otras, unas más caudalosas que otras, pero en conjunto, hacen que sea una de las maravillas naturales del mundo.
Por último, fuimos a la parte inferior de las caídas, en donde, como es evidente, también acabas mojadísimo, y desde donde puedes contemplar desde abajo como el agua se te viene encima, y en función de como sople el viento, literalmente te caen encima.
Esta sección es la que tuvimos que hacer más rápido, ya que teníamos contratado también la parte del barco, y ya se nos acababa el tiempo. Así que, junto con las argentinas, nos fuimos en dirección a la lancha que hacía el recorrido por las cascadas, y desde la cual podías observar los saltos de agua desde mucho más cerca, incluso te ponen debajo de un par de ellos, en los que es literalmente una ducha. Cuando acaban de mojarte por completo, te llevan río abajo unos kilómetros y después de subir un buen tramo de escaleras ( a unos les costó más que a otros), nos subieron en una camión tipo "safari" ( demasiado turístico a mi gusto), y nos iban mostrando algunos tipos de plantas y árboles que conforman la selva en aquella zona.
Terminado el día, intercambiamos los mails con la chicas, y quedamos en que nos veríamos a nuestra vuelta a Buenos Aires. De esta manera había llegado a su fin nuestra visita a las cataratas de Iguazú, y ya nos preparábamos para cambiar al día siguiente de destino.

Nos levantamos tranquilamente y esperamos en el hotel que nos pasaran a recoger para llevarnos hacía el aeropuerto. Aquí empezaba un día largo, en el que acabaríamos por hacer 3 trayectos en avión, y es que en Argentina el tráfico aéreo es más bien nefasto.
Así, y mientras esperábamos el primero de ellos que nos llevaría de Iguazú a Buenos Aires, nos encontramos de nuevo con Luján y su madre, que tenían el mismo avión que nosotros. De esta manera la espera se hizo un poco más amena, ya que tanto madre como hija si algo les gusta es charlar y charlar, sin importarles el tema.
Llegados a la capital, nos tocó esperar cosa de una hora y media para el siguiente avión, que nos llevaría hasta Usuhaia, la ciudad más austral del mundo, previa escala y espera en un aeropuerto ( para llamarle de alguna manera) en medio del país.
Una vez llegados, después de todo el día entre despegues y aterrizajes, nos instalamos en nuestro hostal, si si, no me he equivocado, hostal, ya que no quería perder la costumbre a eso de viajar de backpacker. Todo hay que decir que en todos sitios estuvimos en casas pequeñas, en habitaciones dobles con baño y donde no había mucho ambiente juvenil que digamos. Y es que madres solo hay una, y no quería que le diera un patatús viendo los sitios en los que hemos dormido durante todos estos meses.
Lo primero que hicimos después de instalarnos, fue salir a contratar las excursiones y a programar los días en aquel destino. Con toda la oferta que nos dieron en una agencia de viajes, nos decidimos por las menos físicas, ya que las más solicitadas y probablemente las más bonitas eran las de paseos por la montaña durante todo el día, pero como he dicho antes, sólo tengo una madre y no quería quedarme sin ella. Dentro de lo menos físico, nos decidimos por ir a ver una pingüinera un día, y al otro una excursión de montaña en 4x4.


Después de levantarnos sin prisa, ya que la excursión comenzaba después de comer, nos fuimos a pasear por la ciudad, a sacar las pertinentes fotos para acreditar que estuvimos en “el fin del mundo” y como no podía ser de otra manera, a probar los platos típicos de la zona. A diferencia del resto del país, aquí es el pescado y no la carne lo más común en los menús. Nos decidimos por probar una especie de centolla que nos habían dicho estaba buenísima y por una pescado blanco que no defraudaron.
Ya con los estómagos llenos, nos dispusimos a comenzar el trayecto en mini-bus hasta la isla donde estaban los pingüinos. Después de poco más de hora y media, llegamos a una estancia ( rancho) desde donde salía el barco que nos serviría para recorrer el último trozo.
Con los pies ya en tierra firme, y con la visión y el ruido de miles de estos animales, empezamos el paseo de una hora por la isla, donde ( como es lógico) existen unas barreras para que no puedas tocarlos ni molestarlos en exceso. Era época de cría y pudimos contemplar como cada pareja tenía dos polluelos a los que alimentaban y cuidaban en su nido. Resulta curioso ver como cada pareja tiene su propio agujero, que utiliza año tras año después de la migración y que defiende delante de posibles intrusos. La isla está minada de pequeños surcos en la arena desde los que se pueden ver y te vas encontrando a los pingüinos. Los que no están cerca del nido ni pescando en aguas profundas, pasan el día en la playa, y sirven como una especie de comité de bienvenida para los turistas.
Concluida la visita a estos graciosos animalillos, tomamos el camino de regreso a la ciudad, parando en algunos miradores del camino para poder contemplar la belleza de los paisajes patagónicos. La última de estas paradas, la realizamos en una “castorera”, que nos mostró la forma de trabajar y vivir de estos animales que fueron introducidos por las empresas peleteras y que, años después se han convertido en un problema para la zona ya que no tienen depredadores naturales y para el hombre es muy difícil acceder hasta donde ellos están. Sus presas y embalses ahogan a muchos árboles y están deforestando la zona.


Al día siguiente el despertador sonó más temprano, y el jeep 4x4 pasó a recogernos por el hostal para iniciar el día. Nuestros compañeros, mejor dicho, compañeras, ya que el guía-conductor y yo éramos los únicos hombres, serían una familia brasileña compuesta por abuela, madre e hija, y las dos estrellas de la jornada, dos hermanas porteñas ( una de ellas residente en Tarragona) que hicieron de la excursión una experiencia bastante curiosa.
El día lo pasamos en la parte trasera del vehículo ( menos la enchufada de mi madre), entre golpes por los caminos de piedras y troncos por donde estábamos marchando y comentarios absurdos pero a la vez graciosos de las dos hermanas. Y es que eran dos personajes sin igual ( lástima que se borraran las fotos que teníamos con ellas), que hicieron que el día tuviera su dosis de humor.
Al llegar a uno de los lagos más grandes de la zona, y después de nuestra aventura offroad, nuestro guía y el de otro jeep que también iba con nosotros, empezaron a preparar un buen asadito para el disfrute de los pasajeros.
Mientras ellos estaban manos a la obra, el pre-comida tuvo varios focos de atención. En uno estaban dos zorros, que atraídos por el olor a carne, se paseaban por la zona en busca de algún pedacito, que al final consiguieron. Evidentemente, sacarles fotos fue una de las atracciones de la jornada ( otras que se borraron).
El otro foco estaba situada en la hermana mayor, que ajena a todo, se había sentido muy atraída por un señor del otro grupo y estaba como una niña de 15 años, con las sonrisitas y tonterías. Lo más cómico es que el hombre no hablada español, y el inglés de ella era de andar por casa. Así, se hacía entender como un indio y bebía un baso de vino detrás de otro, lo que no hacía más que aumentar su tontería.
Así, entre zorros, parejitas quinceañeras y la abuela brasileña que me quería casar con otra hija suya, llegó el momento de la verdad y comimos, como en otras muchas ocasiones, una carne superior.
A la vuelta, y al no poder hacer el kayak programado para la tarde por el oleaje del lago, retomamos el camino charlando de temas un poco más complejos. Y es que la religiosidad y la creencia en el destino de las allí presentes hizo un poco más aburrido y monótona el viaje de regreso.

El último día por aquellas tierras, y antes de coger el vuelo que nos llevaría a ver el glaciar Perito Moreno, lo gastamos, como la tarde anterior, en callejear por las tiendas y locales comerciales de la zona.
Llegada la hora, nos vinieron a buscar, y en unas pocas horas nos plantamos en el Calafate, pueblo más cercano al glaciar, y que, como es lógico, vive de el y es sumamente turístico.
Durante la tarde salimos a conocer un poco el sitio, pero realmente hay poco que ver, para no decir nada, así que paseamos tranquilamente sin rumbo esperando que llegara el otro día para ir a visitar el glaciar.


Una vez dentro del bus, recorrimos los kilómetros que lo separan del pueblo, y pagadas las pertinentes entradas obligatorias en todos los parques del país, pudimos contemplar ya, desde la distancia, la enorme masa de hielo que se plantaba delante nuestro.
Contratamos el paseo en barco, que te permite acercarte por la cara norte del glaciar y ponerte a escasos metros de el, escuchando el crujir del hielo mientras avanza imperceptiblemente. En este lado ya tuvimos la oportunidad de oir el ruido que produce un bloque de hielo al desprenderse de la parte principal.
Completada la visita en barco, nos llevaron a la parte sur, donde están construidas las pasarelas y donde te dejan unas horas para que puedas disfrutar de las vistas desde los diferentes balcones. Explorados los primeros puntos, y después de descartar los más alejados ya que mostraban la cara que habíamos visto desde el barco, además de estar a una hora de distancia caminando, nos apostamos en el balcón que a nuestro modo de ver, y de la mayoría de gente, dejaba ver la visión más frontal y espectacular de la cara sur.
Ahí estuvimos aproximadamente una hora, parados en la barandilla, con la cámara a punto para captar los posibles desprendimientos, y a pesar de sólo ver uno, disfrutamos de una vista irrepetible, de un ruido nunca antes escuchado, de unos colores azules intensos mezclados con el blanco y de un airecillo helado que te dejaba la cara congelada.
Una vez decidido finalizar nuestra visita y poner rumbo al autocar, nos encontramos en las pasarelas a las dos hermanas, con las que estuvimos charlando un rato, y a las que pedí ( aún estoy esperando) que me pasaran las fotos de la excursión 4x4.
Aquí finalizaba el motivo de nuestra estancia en aquel lugar, y solo nos tocaba esperar al momento de subir en el autocar que nos llevaría al siguiente destino. Como para eso aún teníamos que esperar toda esa tarde y la mañana siguiente, intentamos buscar alguna actividad extra.
La encontramos en las cabalgatas que montaban por aquella zona, y que cerramos para la mañana siguiente.

Después de firmar los papeles para excluir a la empresa de responsabilidades ( en ninguna de las otras ocasiones que he montado en el viaje me lo han hecho hacer), nos designaron un caballo y empezamos, con el resto del grupo, un paseo de 2 horas por los alrededores de el Calafate.
Lo cierto es que el paisaje era bonito y que los caballos eran ideales para mi madre, pero en mi vida, si exceptuamos los burros del lago de Puigcerda, me había encontrado con unos animales más pasivos, más lentos y con el papel mejor aprendido que aquellos. Los tios iban uno detrás del otro, a 3 por hora y si intentabas que corriera un poquito, giraba la cabeza y te miraba como diciendo, “ no me agobies”.
Concluido el excitante paseo en caballo, regresamos a recoger nuestro equipaje y nos dirigimos al primero de los buses que habían programados para aquel día. El trayecto sería de 5 horas, y nos llevaría hasta la localidad de Rio Gallegos, donde, y después de esperar un buen rato, conectaríamos con un bus cama en el que pasaríamos la noche, para llegar al día siguiente a Puerto Madryn.

En esta localidad fue donde estuvimos un poco más aburridos, y es que habían dos actividades programadas: una excursión a la Península Valdés y una inmersión con leones marinos.
La inmersión no estaba todavía cerrada, y tenían que ponerme en contacto con un conocido de mi hermano Oscar. Al ir el primer día a cerrarla, a mi madre no le hizo demasiado gracia lo de meterse debajo del agua, y el precio por hacer snorkelling era demasiado caro, así que tiramos atrás la idea e intentamos buscar alguna otra alternativa para el día que nos quedaba sin nada.
Después de buscar e informarnos en varios sitios, ya nos dimos cuenta que en aquel lugar la oferta de excursiones estaba limitada, y lo que ofrecían, o ya lo habíamos visto ( pingüinos) o lo íbamos a ver al día siguiente. De esta manera, dejamos ese día libre para ir a la playa o para estar tranquilos.
La ciudad no tiene tampoco nada en particular a parte de la atracción turística por ser la puerta a la reserva natural de la península, así que, a parte de la excursión, visitamos un museo, fuimos a la playa, paseamos por las tiendas y comercios y después de 8 meses, fui por primera vez al cine.

El día de la excursión, nos vinieron a recoger en una furgoneta, en la que la media de edad de los turistas era de 50 años, así que no había demasiado para relacionarse, a parte de una pareja de maños. El camino hasta el destino fue duro, ya que todo el camino era de grava, lo que hacía que estuviéramos todo el rato con pequeños botecitos.
La atracción principal de esta visita, y por la cual había escogido este destino, era la posibilidad ( no tuvimos suerte, aunque Jacobo y Pablo si, y me hablaron maravillas) de ver orcas atacando a focas en la playa para alimentarse. La típica imagen de reportaje de National Geographic es lo que queríamos ver en directo.
Después de un largo trecho, llegamos a la playa donde estaba la colonia más numerosa de leones marinos con sus crías. La temporada no era la idónea, ya que se ve que cuando los cachorros son un poco más mayores y empiezan a nadar, es cuando se ven ataques casi cada día. En nuestro caso, el último avistamiento en aquella zona fechaba en 20 días antes. Después de estar un rato esperando y no ver ninguna aleta en el horizonte, nos resignamos a disfrutar de los leones y de su comportamiento y empezar a desfilar hacía otro de los puntos de interés de la península, donde veríamos a los primos hermanos de estos. Estamos hablando de los elefantes marinos, que ocupaban otra playa, y a la que fue difícil acceder por el intenso viento que soplaba y que te llenaba los ojos de arena.
Una vez terminada la visita, volvimos hacía la ciudad con la sensación de haber visto poco, porque si es verdad que además de los leones y los elefantes marinos, vimos algún otro animal como el guanaco ( familia de las llamas), pero no pudimos disfrutar de ninguna de las 2 estrellas de la zona. En lo que se refiere a la orca, no tuvimos suerte, ya que hay un grupo de 30 que habitan esas aguas todo el año, y en cuanto a las ballenas, ya sabíamos que no era época y que, por tanto, es imposible divisar ninguna.

Con un poco de mal sabor de boca dejamos Puerto Madryn, y pusimos rumbo de nuevo a la capital, para pasar nuestro último día antes de la despedida. El viaje, de nuevo, duró toda la tarde y noche, y llegamos a Buenos Aires el día 2 temprano. Como ya habíamos quedado por internet, en cuanto nos instalamos en la habitación, llamamos a Luján, que estaba todavía de vacaciones ( que vivan las fiestas de los profesores), y se había ofrecido a sacarnos a pasear con su coche por las afueras de la ciudad.
De esta manera, al mediodía nos pasó a recoger y fuimos juntos los tres a comer al barrio de san telmo para posteriormente dirigirnos a la zona de “los olivos” pasando por un montón de sitios que ni me acuerdo del nombre, pero que ella se esforzaba en explicarnos. Caída la tarde, nos devolvió al hostal y nos despedimos, en lo que fue una despedida temporal, aunque mi madre no lo supiera.
Y es que en teoría yo había quedado tanto con Luján como con Maru ( la otra chica de Iguazú) para salir aquella noche, pero lo que en realidad estaba previsto, era una cena cumpleaños sorpresa para mi madre en el restaurante-hotel faena, considerado uno de los 10 mejores del mundo y recomendado por Jacobo. Lo cierto es que tal como está el euro, es asequible comer lujosamente en Argentina, y lo aproveché para celebrar lo que sería el día 3 el 69 cumpleaños de mi mamá.
De esta manera, yo quedé con ellas, para que no dijeran nada, y así darle una sorpresilla. Durante la tarde, y después de una espera en la habitación, dándole largas a mi madre en todo lo que quería hacer, a las 8 locales, 12 de la noche españolas, la felicité y le dije que se pusiera guapa.
Agarramos un taxi, nos fuimos al restaurante y nos sentamos en la mesa a la espera de que vinieran las chicas. Como se retrasaron y quería que fuera una sorpresa para ella, me hice el loco con la carta, que si no sé que pedir, que si no me convence esto, que si tengo dudas.....así por más de media horas. Al final llegó Luján y más tarde Maru, se llevó la sorpresa, cenamos los 4 como reyes e incluso hubo pastel de cumpleaños con las respectivas velas y el primer regalito por parte de nuestras amigas argentinas. Desde aquí un saludo enorme a las dos.

Con esto finalizaba mi estancia en Argentina y el viaje con mi madre. Al día siguiente ya nos dirigimos los dos al aeropuerto. Resultó que mi vuelo iba con retraso, lo que hizo que estuviéramos juntos en la sala de embarque y que ella no tuviera que esperar mucho tiempo sola. Llegado el momento, una enésima despedida, esta vez muy especial por ser mi madre, pero con la idea de que en poco tiempo nos volveríamos a ver, lo cual me lo hizo mucho más fácil que en el aeropuerto de Barcelona tantos meses antes.

Empezaba otro país, Brasil, que recorrería de nuevo con Prada, y que sería el último mes que estaríamos juntos, ya que la diferencia de gustos a la hora de los destinos, haría que de principios de marzo hasta el final, la aventura la volveríamos ha hacer solos. A pesar de ello, nos quedan 30 días para disfrutar el uno con el otro y para contarnos las batallitas vividas por separado.

Hasta la próxima entrada, Carlos.


http://picasaweb.google.com/guillermo.de.prada2/BarbeArgentinaII#

4 comentarios:

Anónimo dijo...

baRbeeee!
recuerdooos :)

q xulo poder estar unos dias viajando con tu madre, se nota q lo disfrutaste!

Anónimo dijo...

Que bien lo has organizado para que tu madre disfrute, y tu con ella!

También te ha servido para comer bién, pero no pierdas la forma pues El Masnou te espera.

Ma Victoria

Unknown dijo...

Barbe! que bonito hacer una parte del recorrido con tu madre! debio ser muy emocionante verla!!!

Para estos próximos meses a donde vas a ir???

un besito!

Michelle

Anónimo dijo...

Vaya asados neng!!!!

que hambre!

aprende a cocinarlos para la vuelta!!!

un abrazo!