viernes, 10 de abril de 2009

Brasil II

Las afueras de Salvador de Bahía, en las que se encuentra su aeropuerto, no son demasiado acogedoras. Desde el mismo momento en que cruzamos las puertas automáticas de éste nos encontramos con un ambiente hostil en el que predominaban los hombres de color (todos los salvadoreños lo son) cuya mirada estaba sospechosamente puesta en nuestras mochilas.

Con la inseguridad de quien se siente maliciosamente observado nos subimos a un autobús rumbo al puerto de Salvador, desde donde nuestra intención era embarcar en un ferry que nos llevase a Morro de Sao Paulo, una isla cercana en la que planeábamos pasar los días previos al carnaval. Sanos y salvos llegamos al puerto, aunque con la mala fortuna (también conocida como mala planificación) de haber perdido el último ferry del día hacia Morro de Sao Paulo. Obligados a hacer noche en el mismo Salvador, buscamos un hostal en el barrio de Pelourinho, el más célebre, y allí nos afincamos por una noche.

Ya en nuestra primera noche en Salvador no fue difícil darse cuenta de que se trataba de la ciudad más peligrosa en la que hemos estado. Rio de Janeiro puede tener más fama de peligrosa, pero en Salvador el peligro está mucho más a pie de calle. Pelourinho, en concreto, que es la zona más antigua y famosa y que está elevada unos 50 metros por encima del resto de la ciudad (se llega en ascensor), es el lugar de trabajo de decenas de pillos mangantes (gran parte de ellos son niños) que te meten las manos en los bolsillos al más mínimo despiste.

En uno de nuestros callejeos, seguramente el más precabido en nueve meses, nos encontramos a un grupo de estudiantes de arquitectura de Pamplona que estaban de parranda por allí. La patria une, por lo que acabamos compartiendo unas copas con ellos.

A la mañana siguiente recogimos nuestra casa ambulante y pusimos rumbo a Morro de Sao Paulo con un dia de retraso. Morro está a unas dos horas y poco de barco desde Salvador, aunque el viaje se hace bastante eterno cuando hay oleaje; lo cual fué, obviamente, el caso.

En Morro nos hospedamos en una habitación de tres con el mejor lavabo que hemos tenido en nueve meses. La tercera en discordia, Maria del Rosario, una colombiana (sí Michelle, otra) con la que compartimos nuestra primera noche en la isla.

La vida en Morro consistió en playa, playa, playa, y salir de caipirinhas por los garitos de la playa. A través de Maria del Rosario conocimos a Mili y Stella, dos argentinas bastante liantas, con la que hicimos muy buenas migas. Y sin recordar demasiado bien cómo, cerramos el grupo con cuatro italianos muy cachondos: Fabio (Disc Jockey milanés, del Milan), Marco (personaje sin igual milanés, del Inter) y Stefano (taxista de no sabemos dónde, pero de la Juve) y otro cuyo nombre no recordamos (en el momento en que escribimos estas lineas ha pasado ya más de un mes desde aquello) pero que se jactaba de decirnos que había trabajado en uno de los cientos de Carrefours que debe de haber en Madrid.

En Morro sacamos a relucir nuestras palas y nuestra habilidad en su manejo para intentar impresionar (o para dejar que nos descartaran por flipados) a argentinas e israelitas por igual. Y decimos israelitas porque, como viene siendo costumbre, la población de la isla la conformaban dos españoles, dos argentinas, una colombiana, cuatro italianos y medio ejército de Israel.

Caipirinha tras caipirinha, hicimos gran amistad con el grupito, así que, de vuelta a Salvador, Mili y Stella se unieron a nosotros, o nosotros a ellas, ya que iban a pasar la primera noche del carnaval también en Salvador. Esta vez nos hospedamos en el hostal (bastante cutre, por cierto) de un señor gallego la mar de majete, también en el barrio de Pelourinho. Uno de sus empleados nos recomendó una habitación con ventana a lo que inocentemente accedimos sin rechistar. Craso error; a las 15 de la tarde empezaba a sonar una música carnavalesca más que atronadora que no cesaba hasta pasadas las 4 de la mañana. Así que a falta de poder disfrurtar de un sueño profundo sólo nos quedaba pasar la noche de parranda ;)

A grandes rasgos, hay tres formas de pasar el carnaval en Salvador: la primera es unirse a un bloco, una de esas procesiones de gente que baila y baila sin parar tras una carroza en la que algún cantante de moda (el Bisbal de turno, para entendernos) canta uno tras otro los éxitos del momento. Opción divertida,
pero cara; la segunda es pasar la noche en un camarote, una especie de palcos enormes desde donde se ven pasar todas los blocos con sus respectivos cantantes de moda y su marabunta de seguidores incondicionales que siguen sus pasos por todo Salvador. Opción menos divertida que el bloco pero
también menos cara; la tercera y, hasta donde nosotros sabemos, última opción, es ir por libre y dejarse de blocos o camarotes. Es la opción más incierta. Incierta porque puede resultar en una noche espectacular o una más bien aburrida. Incierta también porque no sabes cuántas veces vas a pisar un charco de sustancias que no cabe mencionar aqui y ahora. E incierta porque no sabes cuántas veces te van a intentar meter las manos en los bolsillos sin tu consentimiento. Lo de ir por libre es un tanto peligroso si no se va con pies de plomo.

En nuestra primera noche nos decantamos por la opción intermedia: el camarote. Mili y Stella ya tenían sus entradas desde hacía días, así que al ir con ellas no tuvimos demasiado que decidir. Divertido o no, lo del carnaval es un auténtico show. Cada camarote (al igual que cada bloco) tiene su propio nombre, su propio logo, y su propia camiseta (a cual más hortera), la cual hay que vestir obligatoriamente (esto es duro) para entrar al camarote. Así que armados de valor nos pusimos las camisetas más terroríficas que jamás hayamos vestido y nos fuimos al bloco con Stella y Mili.

Y allí estuvimos, horas y horas de bailoteo viendo pasar carrozas y carrozas a 3km/h y gritando como si fuéramos los fans número uno de unos cantantes a quienes ni siquiera conocíamos. Aunque el camarote no se llenó, el ambiente y la música fué digno del carnaval más famoso del mundo (en Brasil el carnaval de Salvador es mucho más famoso que el de Rio). Y aunque no somos grandes adeptos a la música brasilera, algunos de los hits del carnaval resonarán en nuestros tímpanos durante varios meses.

El resto de noches, ya sin Mili y Stella, las pasamos por nuestra cuenta en el barrio de Barra, el más movidito en todos los sentidos. Nos hubiera gustado unirnos a algún bloco o camarote pero el bolsillo no lo permitió. De hecho, nos colamos momentáneamente en varios, pero unos seguratas muy atentos nos sacaron a empujones una y otra vez. Sinceramente, no fueron grandes noches. El ir por cuenta propia implica estar más pendiente de que no te roben que del propio carnaval, así poco hubo que disfrutar. Aún así, nos vimos obligados a salir noche tras noche; con tanto ruido era inútil tratar de dormir.

De Salvador volamos hasta Fortaleza para allí coger el autobús que nos llevaría hasta Jericoacoara, un pueblito costero que nos habían archirecomendado Pablo y Jacobo, nuestros colegas de viaje en Asia (Pavel, Jacobs, vuestros consejos van a misa). Tras cinco horas bastante insoportables de bus (lluvia y carreteras de tierra nos suelen ser buena combinación) llegamos a esta poco más que aldea con un encanto muy particular.

Nada más bajar del autobús nos asediaron todo tipo de dueños de hostales entre los que rápidamente reconocimos una voz española; la de Elena, una barcelonesa que desde hacía dos años había montado su propio chiringuito en aquél recóndito paraje brasileño y a la que obvamiente dimos preferecia a la hora de hospedarnos.

Jericoacoara (o Jeri, como se la conoce en Brasil) es un pueblecito pesquero con unas dunas impresionantes, una playa de 3 metros de ancho cuando la marea está alta y de 200 cuando está baja. ¿Qué hicimos en Jeri? Pues ir a la playa cuando el tiempo lo permitió, comer más pescado que de costumbre, jugar unas grandes partidas de ajedrez, ver luchas de capoeira en la arena, montar a caballo por la playa...lo típico. (Jocobs, Pavel, sabemos que nos caerán críticas de la comunidad backpacker por lo del caballo, pero es que por 3 euros/dos horas no pudimos rechazarlo...). Cierto es que montar a caballo por una playa casi desierta fué divertido, pero más cierto es que pecamos de novatos montando en bañador y descalzos en plan el último Mohicano y que nos hicimos unas heridas en el culo que nos duraron varios días.



Además de estas actividades tan estresantes, Prada le regaló por sorpresa a Barbe una excursión en bugy por su cumpleaños. Un bugy es un 4x4 pequeño que puede conducir por las dunas a toda pastilla. Aunque uno no puede conducir (lo hizo un guía con el curioso nombre de Chismoso) la experiencia fué muy divertida. El tal Chismoso nos dió un paseo de más de cuatro horas en el que vimos desde caballitos de mar hasta una familia de cerdos bastante curiosa.



La comida de tan señalada fecha consistió en pescado a la plancha con todo tipo de condimento en un restaurante flotante.

Poco más hicmos en Jericoacoara. El resto fué charlar con Dani y Patri, el ripollenc y la gallega que Prada conoció en el Chaltén y que de casualidad volvimos a encontrarnos en el hostal de Elena. Cinco españoles en un hostal con capacidad para apenas quince personas. Adivina, adivinanza, ¿de dónde era el resto? Pista: empieza por "i" y sigue por "s".

Dejamos Jericoacoara en el primer autobús de la mañana (a eso de las 7) con destino al aeropuerto de Fortaleza para allí dividir nuestros caminos; uno a Perú y otro a Bolivia. Barbe tenía ya un billete Fortaleza-Sao Paulo para desde allí coger un avión hasta Lima. Prada no tenía ni idea de como llegar hasta Bolivia, así que se dirigió a Fortaleza con la esperanza de encontrar algún vuelo barato hacia La Paz, una de las pocas ciudades bolivianas que no se encontraban bajo alerta médica por el brote de dengue (algo parecido a la malaria) que por aquellas fechas afectó a casi todo el país.

Llegamos a Fortaleza tras cinco horas de bus por carreteras impracticables para enseguida darnos cuenta de lo de volar directamente a La Paz iba a salirle a Prada por un ojo de la cara, por lo que éste compró el billete más barato a Sao Paulo (con doble escala) para ya allí hacerse con un billete a Paz, opción, esperábamos, algo más barata.. Tras una espera tremenda en el aeropuerto de Fortaleza cogimos nuestros respectivos aviones hacia Sao Paulo a eso de las 10 de la noche (recordemos que habíamos empezado el viaje sobre las 7 de la mañana). Barbe voló directamente hasta Sao Paulo, a donde llegó de madrugada y aprovecho para dormir unas horas en el cómodo suelo de piedra del aeropuerto. Prada llegó a Sao Paulo por la mañana después de haber tardado ocho horas en hacer un trayecto que no suele demorarse más de tres y después de haber hecho escala en Recife y en el propio Salvador.

Reunidos de nuevo, Barbe sólo tenía que esperar hasta la hora de su vuelo a Lima, a media tarde. Prada, por su parte, tenía que conseguir un billete a La Paz a precio asequible. Si no lo hacía, treinta horas de autobús le esperarían, cosa no demasiado apetecible tras más de veinticuatro horas de viaje de Jericoacoara a Sao Paulo.

A la desesperada, los dos nos dirigimos al mostrador de Iberia en el aeropuerto de Sao Paulo para ver si Prada podía añadir un vuelo a su billete de vuelta al mundo por un precio más económico que comprando un billete suelto. Y nos pusimos tan incisivos, tan, tan pesados y tan exageradamente indignados (con nada, en realidad) que a Prada le acabaron dando un billete a La Paz, totalmente gratis. Oh, yeah.

Así que uno a media tarde y otro a última hora del día, partimos rumbos. Despedida triste en la puerta de embarque; se acabó nuestro viaje juntos. A partir de ese momento haríamos casi la misma ruta pero a tiempos diferentes, ya que Barbe irá a Cuba después de Estados Unidos y Prada irá a Bolivia (ya ha ido, de hecho) antes de ir a Perú.

Han sido nueve meses de viaje juntos; risas, peleas, confidencias, enfados, más risas...convivencia, al fin y al cabo. Ha sido muy grande. La próxima vez que nos veamos, ya estaremos de vuelta en casa. Cada día queda un poco menos y ya casi empeamos a contar semanas en lugar de meses. Más tarde empezaremos a contar días, horas…y sin casi darnos cuenta ya estaremos en casa.

Así, éste es nuestro último post conjunto. Seguiremos escribiendo en este blog, aunque ya por separado hasta el final, cada uno a su ritmo.

Ahí van las fotos:

http://picasaweb.google.com/guillermo.de.prada2/BrasilII#

Hasta dentro de poco.

Un abrazo,

Barbe y Prada

No hay comentarios: