jueves, 2 de abril de 2009

Brasil I

Prada llegó primero a la ciudad de Sao Paulo, procedente del norte argentino. De esta manera, se encargó de buscar hostal y de comunicarle a Barbe cual sería el punto de encuentro. Este llegó más tarde de lo previsto por el restraso en el vuelo y por la lentitud de los servicios aduaneros brasileños.
Al final, llegó el reencuentro, y después de un abrazo, nos pusimos a contar algunas cosas de nuestros días en solitario; aquella misma noche ya empezamos a diseñar lo que sería nuestro plan de visita por Brasil, cual serían los sitios imprescindibles de ver, cual sería el calendario, etc, etc.
Con esta premisa, gastamos los 2 días en la ciudad planeando y cerrando los destinos. Después de mirar alguna alternativa, nos decidimos por comprar billetes de avión, que nos ahorrarían muchos días de viaje, nos permitirían ver más cosas y al fin y al cabo no costaban mucho más caros. Con el único condicionante del carnaval, que lo queríamos pasar en Salvador de Bahía, cerramos las fechas de los vuelos con la compañía local, y fuimos a confirmar algunos cambios de nuestro billete de la vuelta al mundo.
Por este motivo, no podemos decir que seamos unos grandes conocedores de Sao Paulo, ya que nos limitamos a pasear por la avenida principal donde estaban todas las compañías aéreas.
También en esta avenida, Barbe aprovechó para comprarse en un bazar de electrónica china, una cámara de fotos para reemplazar la que le robaron. El precio era de imitación, aunque las prestaciones eran exactamente las mismas, así que tanto si original o no, tanto daba, no iba a pagar 3 veces más con el riesgo elevado de que no llegue a Barcelona.
En uno de los trayectos en metro, que hicimos del hostal al centro, nos percatamos de lo que mucha gente nos había advertido y que a la larga confirmaríamos: Brasil no es demasiado seguro. Y es que no nos pasó nada en particular, pero aquella mañana, al ir a pagar el ticket del metro, nos cruzamos con el servicio de seguridad privada que recoge el dinero. Iban 3 hombres, y justo antes de entrar, sacaron las pistolas de las fundas, pusieron su dedo en el gatillo, y mientras dos estaban dentro de la taquilla blindada, el otro esperaba en la esquina por donde tendrían que salir sus compañeros, observando si se acercaba alguien sospechoso. Como dato, nos quedamos con las dimensiones de la pistola de uno de ellos, que parecía más un bazoca.

A nuestro siguiente destino llegaríamos por bus, y después de pasar toda la noche en él, amanecimos en Florianópolis, una isla al sur del país y conocida por sus playas. Mucha gente nos había hablado de este sitio, y fué por eso que nos decidimos. Al llegar, nos dirigimos a un hostal que teníamos contratado desde Sao Paulo. Fuimos directamente en dirección a la playa. En el camino al bus, nos encontramos con un tipo curioso, una especie de guía turístico autónomo que se dedicaba a buscar alojamiento a los turistas; bueno, alojamiento y lo que le pidieras, y es que como decía él, un guía tiene que conseguirle todo al turista.
Con este personaje, quedamos que a la mañana siguiente nos vendría a buscar al hostal y nos llevaría a "barra de lagoa" ( barra del lago), que según él, era el sitio con la mejor playa y con más tranquilidad. Antes de comprobarlo, pasamos el día en otra de las playas de la isla, y al llegar a la arena, poner nuestro parasol alquilado y nuestras toallas, nos dimos cuenta de que el mito de los tangas brasileños no es ninguna fantasía, y que todas ellas vestían pequeños hilitos que tapaban más bien poco y dejaban casi nada a la imaginación. Eso sí, ninguna hacía topless, y es que se ve que por estos mundos está mal visto que enseñes demasiado por arriba pero no que vayas casi en pelotas por abajo.
Después de pasar el día entre bañitos, sol y para que engañarnos, alguna miradita, pusimos rumbo de regreso al hostal en lo que había sido un día perfecto y añorado de playa.

Al día siguiente, y a la hora que habíamos quedado, se presentó nuestro guía particular con su coche para llevarnos a esa maravillosa playa que había dicho. Nos ofreció varios apartamentos a un precio realmente económico, y después de decidirnos por uno que tenía salón-comedor-dormitorio con cocina, una habitación y un baño, sorteamos quien dormiría en el sofá-cama del comedor, y nos dispusimos a pasar unos días en nuestro peculiar apartamento de la playa. Y es que después de tantos meses de hostales, siempre da gusto sentirte que llegas a casa.
La propietaria de la casa era la señora Indalecia, una abuelita la mar de agradable que nos hizo la estancia muy cómoda. Como no podía ser de otra manera, adjuntamos foto suya.
Lo primero que hicimos fué ir a comprar unas palas de playa, para poder mejorar nuestro nivel, hacer un poco de deporte, y tener algo que hacer en las horas de playa. Aquellas palas se convirtieron en nuestras amigas inseparables, e iban con nosotros a todos lados durante nuestra estancia allí. Tanto cariño les cogimos, que al final siguieron nuestro camino por todo Brasil.
Además de jugar a las palas, también tuvimos tiempo de pasear por la playa, leer un poquito ( muy poquito), ir a visitar unas dunas cercanas donde Prada probó el snowsand, el cual era divertido la bajada, pero la subida era más bien pesadita.
Durante las tardes, nos conectábamos a internet para conocer las novedades en casa y también para matar el tiempo mientras se hacía la hora de cenar. En uno de estos sitios de internet conocimos a dos españolas, para ser más exactos a dos gavanenques, y al saber que Barbe vivía también en Gavà, empezamos a charlar sobre el pueblo.

Aquella misma noche, nosotros teníamos previsto ir de fiesta a una población que estaba en la otra punta de isla, de nombre Canasvieiras, de la que la gente hablaba maravillas. La verdad es que después de tanta tranquilidad, un poco de movimiento ya nos apetecía, y la noche anterior había sido un auténtico fracaso en una zona cercana. Invitamos a nuestras dos nuevas amigas, Bea y Patricia a que nos acompañaran, y después de decirles donde quedaba nuestra humilde morada, nos fuimos a acicalarnos mientras las esperábamos. Después de esperar un rato y ver que no venían, nos decidimos a irnos solos, ya que pensábamos que se habían arrepentido ( luego resultó que llegaron más tarde). Aquí empezaba una de las noches más curiosas de todo el viaje.....
El bus que nos llevaba directo y que tardaba "sólo" una hora, lo perdimos por 5 minutos, así que tuvimos que preguntar a un hombre del pueblo por otras alternativas de transporte. Nos dijo que teníamos que ir hasta el centro, y ahi cambiar el bus hasta nuestro destino, que nos demoraría una hora y media. Pensamos que media hora más no era para tanto, y ya que estábamos preparados, nos decidimos.
El primero de los buses, nos llevó de nuestra playa hasta el lago, desde donde teníamos que cambiar de bus para ir al centro. Este segundo bus tardó unos minutos, pero nuestra moral aún estaba intacta, al fin y al cabo nos ibamos a la gran Canasvieiras. Llegamos al centro, y se suponía que desde ahí teníamos un bus directo, pero nos dijeron que no, que aún teníamos que hacer más transbordos. Al final de todo, un total de 5 buses y algo más de dos horas nos dejaron en el centro de la fiesta.
Evidentemente ya estábamos algo cansados por todo el trayecto, pero después de preguntar a algunas de las chicas que estában en la calle promocionando los locales, nos decidimos por uno y nos pusimos en la cola. Fué ahí donde conoceríamos a nuestras "compañeras" de noche, dos argentinas de Mendoza que estaban, como otros tantos miles de sus compatriotas, pasando las vacaciones en las playas brasileras ( y es que recordamos que las playas argentinas dejan bastante que desear, además de ser mucho más caro para ellos).
Lo primero curioso de las chicas fué la actitud hacía nosotros, y es que se pensaban que éramos 2 argentinos imitando el acento español para intentar ligar con ellas. Después de la evidente sorpresa ( ¡ argentinos!), intentamos convencerlas de que no lo éramos, aunque sinceramente no sabemos si lo conseguimos demasiado, ya que horas después seguían con la historia. Así pues, nos metimos en el antro. Después de un rato entre humo y multitud nos fuimos a la terraza del club a charlar de nuevo con ellas.
Lo cierto esque la noche no dió para mucho más, ya que las chicas eran de lo más rarito que nos hemos encontrado. Una era tan religiosa y debota que parecía medio monja, además de ser una sobrada, y la otra intentaba sin éxito ligarse a alguno de sus nuevos amigos hispano-argentinos. Total, después de acabar los típicos temas de conversación, tocó hora de retirada, y ya cansados por los días interminables de playa, tomamos el camino de la cama. No fué tampoco fácil llegar a ella, y esque el bus se demoró casi hora y media en llegar a nuestra acojedora villa de pescadores. Llegaba el final de lo que había sido sin duda, la noche de fiesta con más horas de desplazamiento en nuestras vidas.

Después de nuestra noche frustrada, y de recuperar fuerzas, nos levantamos y nos dirigimos, como cada día, hacía la playa. Allá nos encontramos a nuestras amigas las gavanenques, que nos explicaron que cuando nos fueron a buscar el día anterior, ya no estábamos.
El día con ellas dió para mucho, y es que, otra vez casualidades de la vida, al nombrar en una ocasión el nombre de Prada, Patri preguntó si era hijo del secretario del ayuntamiento de Gavá. Total, ella trabajó antes de su viaje en el ayuntamiento del pueblo, junto con el padre de Prada, y este le había hablado de nosotros en varias ocasiones, llegando a leer e incluso a escribir en nuestro humilde blog; de nuevo el mundo se hacía pequeño.
Con la evidente conversación alrededor del ayuntamiento y de sus trabajadores, el día pasó rápido, y llegó el momento de la cena. Quedamos en ir los 4 juntos, y se ofrecieron ha hacer una tortilla de patatas ¡que tanto echábamos de menos!. Así que compramos todo lo necesario y nos fuimos a nuestro apartamento para cocinar. Después de tanto tiempo sin probar la tortilla, a uno se le hace la boca agua, y a pesar de no disponer de aceite de oliva, el sabor fué extraordinario. Fué una gran despedida con un buen sabor de boca, que hacía terminar nuestros días en florianópolis.

Al día siguiente llegó la hora de ir tirando al aeropuesto para cambiar de aires hacia Río de Janeiro. Como ya habíamos comprobado la noche que nos fuimos de fiesta, el servicio de buses no era el mejor del mundo, así que tardamos más de lo previsto en llegar, y como en la ocasión anterior, tuvimos que coger 4 buses. Otra odisea, pero allá estabábamos, esperando el avión que nos llevaría a la ciudad más conocida del país.
El vuelo fué sin problemas, y al llegar nos dirigimos al hotel que teníamos reservado para la primera noche y que venía incluido dentro del precio de los billetes de avión. Después de mucho tiempo tuvimos una habitación individual en un hotel de categoría aceptable para recuperar fuerzas.
Lo primero que hicimos después de dejar las mochilas, fué ir al estadio de Maracaná con el objetivo de comprar entradas para el partido de aquella noche entre el Flamengo y el Boavista, aunque la verdad esque los equipos eran lo de menos, lo que realmente importaba era ver un partido en aquel campo, probablemente el más famoso del mundo.
Una vez pillado el pertinente metro, nos llevo directamente al campo, y nada más salir, ya nos dimos cuenta de que no era el barrio más glamuroso de la ciudad. Cuando estábamos llegando a las taquilla, se nos acercaron un par de individuos con pintas nada agradables y diciendo algo que no quisimos descifrar, únicamente caminamos más rápido para poder llegar a nuestro objetivo. Una vez adquiridas, y aconsejados por un aficionado local que también estaba comparando entradas, nos fuimos rápido del lugar, sin mirar atrás y sin hacer caso a nada de lo que nos decian. Hubo uno de ellos que nos siguió un centenar de metros, pero por suerte no tuvimos ningún problema. Con las entradas en el bolsillo, y con la sensación de inseguridad que nos había producido nuestro primer contacto con la ciudad, nos volvimos al hotel para dormir un rato y esperar a la noche.
Antes de irnos al gran Maracaná tuvimos que pasar por el hostal en el que nos quedaríamos el resto de las noches para reservarlo, situado en el barrio de Botafogo. Después, de nuevo al metro para ir rápido al campo.
Ya en el vagón, pudimos sentirnos más tranquilos al vernos rodeados por otros tantos turitas que tenían el mismo destino que nosotros, y aunque en el hotel nos habían dicho que no llevaramos cámara ni nada de valor, vimos como el resto lo habían hecho. Al final no fué tan peligroso como nos imaginábamos, y perdimos la oportunidad de tener unas buenas fotos dentro del estadio, pero nuestro encuentro matinal en las taquillas nos había jugado una mala pasada.
El partido en sí no tuvo absolutamente nada de especial; bueno sí, que fué un tostón de mucho cuidado, y es que ver fútbol sin emoción entre dos equipos que no practicaban un buen fútbol, aburren a cualquiera. Únicamente hubieron 2 motivaciones; ver a Jonatás Domingos ( ex español) haciendo el vago como siempre, y escuchar a los pocos seguidores que se habían desplazado al campo tocar los tambores a ritmo de samba durante los 90 minutos de partido. Y es que en toda Sudamérica, la afición al deporte rey es mucho mayor y la gente lo vive muchísimo más. Lástima que no nos hubiera tocado un partido con las gradas llenas, ya que habría sido espectacular.
Así, vimos el empate a 2 junto a los otras 15 mil personas ( en campo de 80.000), y nos fuimos con la sensación de saber que habíamos sido testigos de un partido en aquel santuario del fútbol, pero que esperábamos mucho más, tanto del juego ofrecido como de la cantidad de gente que asisitiría.

Al día siguiente por la mañana, nos cambiamos del hotel al hostal, y nos fuimos a conocer la famosísima playa de Copacabana y la de Ipanema. Para ello, y en línea con lo que hemos hecho durante todo el viaje, decidimos ir caminando para ver un poco la zona, conocer mejor el sitio y además, para ahorrarnos algun dinerillo en el transporte público.
Después de un par de horas, pasados algunos túneles y recorridos algunos barrios ( más tarde nos enteramos que no muy seguros), llegamos a la playa, y como de costumbre, con nuestra mala suerte habitual con el tiempo, se puso a llover, primero cuatro gotas y después un buen chaparrón que hizo que nos tuviéramos que refugiar en un bar a tomar un helado mientras la tormenta pasaba.
Ya desistidos de ver nada aquel día, nos fuimos en busca del bus que nos llevara al hostal. Éste, tardó más de una hora en llegar a Botafogo e hizo que nos pusiéramos de los nervios. El día lo rematamos comiendo una pizza de bastante nivel que servían justo en frente del hostal y nos retiramos a descansar.

En la hora del desayuno conocimos a una pareja de españoles muy peculiares, un catalan y una valenciana, que estaban viajando por Brasil desde hacía unos meses y que conocían muy bien la ciudad. Después de convivir unos días con ellos, nos dimos cuenta de lo personajes y raritos que eran, sobretodo él.
Apreciaciones a parte, empezamos ha hablar aquella mañana, y nos dijeron que ellos iban a tomar unas fotografías a una favela. Y esque ella era "fotógrafa", y estaba haciendo un trabajo sobre los niños y las cometas que utilizan para jugar. Y sí, hemos puesto "fotógrafa" entre comillas porque, y con todos nuestros respetos, no necesitas gastar el dinero y el tiempo que ella gastó en cursos para sacar las fotos que hacía, pero bueno, fuimos políticamente correctos y nunca le dijimos la verdad. Esperemos que nunca encuentre nuestro blog por la red. Volviendo al tema, les dijimos que si les podíamos acompañar aquella mañana, a lo que accedieron sin problema alguno.
Ahí estabámos nosotros, caminando hacía lo que la gente nos había dicho que no hiciéramos, ir a una favela sin tour, pero de esta manera era mucho más auténtico. De todas formas, ibámos a una que estaba controlada por la policía desde hacía unos meses, y como nos dijeron posteriormente los locales, no debíamos pasar ningún miedo.
Primero, comimos en uno de los bares de los que disponía la comunidad, algo así como un par de mesas puestas en un patio público y en las que tuvimos que sacar las hormigas que estaban merodeando por el mantel. La comida en sí te la preparaban en una casa particular, la cocina de la cual mejor no comentar por si hay alguien que está haciendo la digestión mientras lee este post. Todo hay que decirlo, si obviamos el hecho insectos y el hecho higiénico, todo lo que nos sirvieron estaba muy bueno, y como podéis imaginar a un precio más que asequible.
Como dato, la señora de la casa nos comentó que en aquel sitio donde nosotros estábamos tranquilamente sentados, antes de la entrada policial, era un puesto de intercambio de drogas, y se producían tiroteos casi a diario. El solo hecho de imaginar que meses antes, allí donde estábamos comiendo nosotros moría gente, te producía un mal cuerpo terrible.
Una vez con los estómagos llenos, nos decidimos a conocer en profundidad aquella favela, y para ello utilizamos el ascensor nuevo del que disponían desde que la policía "limpió" la zona. Era difícil imaginar la vida allí sin esa especie de funicular, ya que la mayoría de estas comunidades están situadas en lo alto de las cientos de colinas que existen en la ciudad, y para acceder a lo más alto hay que superar un desnivel importante. Llegados a lo más alto, y después de tomar las pertinentes instantáneas con la panorámica, nos dimos cuenta de otra de las instalaiones nuevas de las que disponían. Esta no era otra que un campito de fútbol sala de césped artificial de última generación, donde unos niños estaban jugando un partidito. Al verlos, y aprovechando que a nuestro nuevo amigo era también futbolero, nos preguntamos si querrían compatir un rato con nosotros.
Pero antes de preguntarles, hubo un momento de tensión cuando dos policías pasaron corriendo con las pistolas en las manos en dirección a una calle cercana y con una actitud poco tranquilizadora. Nos miramos los 4 sin saber que hacer, pero pasados unos segundos y al ver que los chicos no reaccionaban, le restamos importancia y seguimos adelante con nuestra intención de jugar a fútbol en una favela con chicos locales.
Después de hacer equipos y tomar a uno de ellos de nuestro lado, pasamos un buen rato dándole a la pelota sin importarnos lo que pasaba en el exterior, sin acordarnos de donde estábamos ni con quien estábamos. Y esa es realmente la grandeza del deporte, y en este caso del fútbol, que hace que miles de niños se olviden de sus problemas mientras juegan.
Al final llegó la hora de irnos, y no porque quisiéramos, pero el problema esque estaba oscureciendo y no queríamos que nos pillara la noche en aquella favela. El camino de bajada lo hicimos caminando por la calle principal de la comunidad, llena de escombros a ambos lados, con gallinas buscando comida, con cables eléctricos en un estado deplorable, con casas construidas en sitios,formas y materiales inverosímiles.
Una vez abajo, terminamos nuestro día en aquel sitio tan humilde pero a la vez tan real, en aquel sitio tan diferente a nuestro mundo pero a la vez tan igual. En definitiva una gran día para ver en primerísima persona otra realidad.

Por la noche, y como teníamos previsto ya de antemano, quisimos ir a conocer la zona típica de marcha de la ciudad, donde decían que había mucho ambiente, sobretodo los viernes noche. Así que, y siguiendo con nuestros amigos, nos fuimos con el bus en busca de algo de diversión. Al llegar, nos percatamos del tipo de fiesta que era y de la cantidad de gente que había, y es que allí se llevaba lo de beber en medio de las calles repletas de gente.
A lado y lado encontrabas bares, discotecas, puestos de bebida así como de cualquier cosa que quisieras comprar. Después de dar una vuelta por la zona, en la que no faltaron las tocadas de culo en busca de carteras aprovechando la multitud, nos dimos cuenta de que aquel sitio tenía dos opciones: beber como ellos y meterse en la rueda, lo que nos pareció un poco peligroso debido al tipo de especímenes que nos íbamos cruzando, y la segunda era no beber nada, darse cuenta de los peligros y rallarse por el abarrotamiento de las calles, en las que era realmente complicado avanzar. Así, decidimos ir a tomar algo a un bar un poco más retirado del centro del follón y después de un rato ya pusimos rumbo de regreso al hostal.

El sábado por la mañana, y aprovechando que no estaba lloviendo en exceso, fuimos a pegarnos el bañito de rigor a la playa de Copacabana, y aunque por el mal día no hubiera casi nadie, podemos decir que nos bañamos en ella. Además, al estar casi solos, pudimos hacer el loco con nuestras inseparables palas.
Ya por la tarde, nos preparamos para ir a ver el último ensayo de cara a los carnavles en el sambódromo de Río. En contra de lo que pensábamos, este es un recinto permanente en medio de la ciudad, de unas dimensiones muy considerables y que tiene un uso bastante limitado durante el resto del año.
En el metro de camino, conocimos a unas chicas que participaban en la rúa con una de las escuelas de samba. Ellas nos indicaron el camino para llegar allá y pudimos comprobar in situ de la espectacularidad de todo aquel montaje, donde miles de personas estaban en las diferentes gradas esperando a que las escuelas desfilaran.
Nos acomodamos en una de las gradas, y después de esperar un rato, por fin empezó a sonar la música, con ritmos muy brasileños y a un volumen muy elevado. La gente, mayoritariamente locales, aprovechaba que la última sesión de entrenamientos es gratuita, ya que el precio de las entradas para el carnaval es realmente prohibitivo.
Es cierto que desfilaron sin carruajes y sin demasiados ornamentos, pero para nosotros ya resultó espectacular. Pudimos imaginar lo que se vivía allí los días de la competición, y también pudimos experimentar que para la gente como nosotros que no es devota de la samba, con ver una escuela ya hay más que suficiente, y esque tardan más de una hora en pasar todos los componentes y te quedan pocas ganas de quedarte esperando a la siguiente.
Así, decidimos seguir la noche en Ipanema, donde decían que había mucha fiesta. En nuestro camino en busca del autobús que nos llevara, nos cruzamos con uno de los personajes que a la vista parecía más peligroso en todo lo que llevamos de viaje. Al verlo bajar de un bus, y recordando que mucha gente nos había dicho que es uno de los sitios donde se cometen más asaltos, decidimos invertir en seguridad y desplazarnos en taxi. Llegamos al sitio donde supuestamente estaba toda la movida, y pasados unos minutos en los que no vimos demasiado futuro en aquella zona, exceptuando un local donde no dejaban de entrar unas chicas despampanantes pero que nos pedían una fortuna por entrar. Nos resignamos a dar por cerrada la noche y dirigirnos al hostal para dormir. En el camino de vuelta, esta vez en bus, y mientras estábamos tranquilamente charlando de cualquier tema, la ventanilla de detrás nuestro reventó, llevándonos un buen susto, ya que, con todo lo que nos habían dicho, nos pensamos que había sido un disparo. Al final nunca supimos que causó la rotura del cristal.

Con el último día por delante, y con un tiempo bastante bueno en comparación a lo que habíamos tenido, nos decidimos por hacer una de las cosas más comunes en aquella ciudad, y por la que habíamos esperado a tener un día soleado. No era otra cosa que subir al Corcobado, foto más popular de Río de Janeiro y que seguro que todo el mundo ha visto alguna vez.
Para subir hasta arriba solo lo puedes hacer con unos buses que te cobran una cantidad por el desplazamiento y por la entrada al complejo, además de incluirte un par de miradores desde donde puedes ver la ciudad desde varias prespectivas. El precio por todo fué caro, pero no teníamos ninguna otra alternativa, ya que es un sitio muy turístico y se aprovechan de ello.
Una vez llegados al Cristo, y con un sol abrasador que no habíamos tenido durante toda nuestra estancia, nos hicimos las fotos de rigor, disfrutamos de unas vistas únicas y realmente bonitas, y pasado un rato ya pusimos camino de vuelta hacía abajo, con la visión todavía de aquel monstruo de ciudad, con casas por todos lados, salvando todas las montañas y cordilleras que la componen.
La tarde de aquel último día, la queríamos pasar en la playa de Ipanema, que nos había quedado pendiente desde el primer día, pero se nos hizo tarde, y al final no nos bañamos, aunque si que disfrutamos de la primera rúa callejera, a modo de calentamiento para lo que vendría en carnavales. Cientos de personas bailaban y bebían detrás de un camión en el paseo marítimo de la playa, al estilo Carlinhos Brown; mientras un grupo de música brasilera tocaba en el remolque. Esa fué la despedida que nos tenía prevista la ciudad, ya que al día siguiente ya pusimo rumbo hacía Salvador de Bahía, en busca de fiesta y descontrol en lo que es el carnaval callejero más seguido del planeta.

Nuestras histórias en aquellas tierras vendrán más adelante, ya que nuestra estancia en el país de la samba no se pueden poner todas en un mismo post.
Sintiendo de nuevo el retraso en la publicación del blog de nuestro viaje, nos despedimos esperando ponernos al día en breves.

Además de el link de las fotos, os dejamos otro con un vídeo del sambódromo. Espero que lo disfruteis como nosotros lo hicimos.

Un fuerte abrazo, Prada y Barbe.

Fotos: http://picasaweb.google.com/guillermo.de.prada2/BrasilI#

Vídeo: http://www.youtube.com/watch?v=ts0J00HOTQs

1 comentario:

Ñ dijo...

Desde luego... tanta preocupacion por acabar el blog y ni un triste comentario! jejeje.
Yo te apoyo, pero para la proxima resume un poquito mas, y acuerdate de hacer las frases cortas.
Un besin guapo!!